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por Junior Salas

Debo comenzar haciendo la aclaración: lo que intentaré decir no se trata de certezas, mucho menos de planes y programas, sino de intuiciones que se escapan de la mirada y se hunden profundo en el corazón, intuiciones habitadas por Dios mismo que camina también a 4000m de altura.

El frío permanente que se vive por aquí hace parecer que uno anda siempre desnudo y que requiere de más y más capas de ropa para abrigarse; algo parecido pasa con la vida. La vida de tanta gente con la que uno convive le hace sentirse a uno desnudo también, pero desnudo de máscaras, pretensiones y seguridades. Las veces en las que he sido sorprendido por un niño cobijado en el aguayo de su madre, cuidado con una ternura que hace intuir esa con la que Dios mismo nos sostiene, las risas de los niños que participan en un proyecto educativo que rompen el silencio del altiplano a la vez que abrazan el corazón sin necesidad de palabras.

Es aquí donde agradecemos encontrarnos con el que nos amó primero, intentamos celebrar a Dios mismo celebrando esa vida con la que uno se encuentra a cada paso pero sin olvidar que esa vida necesita también ser dignificada. Uno aprende a amar con sencillez sin olvidar el compromiso de unir la voz a la de tanta gente alteña. 

Ese es nuestro desafío: el de, siendo capaces de reconocer a Jesús cercano en lo cotidiano quizás un poco más lejos de los altares pero tan cerca que uno se choca con Él todos los lunes en la feria, poder poner el hombro junto al de nuestros vecinos revelándoles ese único tesoro que nos sostiene y que es la esperanza de un Reino que ya está y que hay que seguir construyendo. La revelación del rostro de ternura, perdón y acogida del Padre, ese es nuestro gran desafío y nuestra mayor ilusión. Es verdad que hay muchas cosas que no entiendo, que me desconciertan y es justo allí donde se termina mi propia lógica, parámetro y cálculo… Es justo allí donde habla Dios en el signo cargado de amor de un apthapi en el jardín, de la anciana que no pierde de vista a la más pequeña de las ovejas o en la niña que no tiene reparos en colgarse del cuello en cada saludo. 

Todo es intuición y signo por aquí… las nubes, las gotas de la lluvia, rostros chaposos, los nevados inmensos y sobrecogedores, el barro de la calle, el frío en los pies… Eso que te enamoró esa primera vez, eso que te cuestionó esa primera vez, eso que te lanzó desnud@ a decir sí aquella vez cuando te pusiste a andar; todo eso se intuye con fuerza hecho carne y vida. 

Y así se vive en El Alto, confiando siempre de pie y nunca de rodillas, trabajando y soñando, riendo y a veces también llorando,  se vive “mezclado” como el sol y las nubes que se persiguen en el cielo mismo. Así como ellos, vivos y en movimiento.

 Fuente: Revista Presencia número 26
Seccion: El Alto