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Últimamente, he leído un artículo de J. Martín Montoya sobre “la era de la postverdad”. Y he pensado que el tema es muy oportuno entre nosotros, en estos tiempos de medias verdades.

Las circunstancias que nos rodean hacen que los hechos objetivos sean menos influyentes, en la formación de la opinión pública, que los intereses y las emociones que la sociedad y el mismo poder suscitan. Quien desee influir en la opinión pública deberá concentrar sus esfuerzos en un discurso fácil de aceptar y repetitivo y que, sobre todo, satisfaga los sentimientos de la audiencia.

Los hechos reales quedan así difuminados y perdidos en la niebla del tiempo y en la acumulación de tristes noticias. Piénsese en el Brexit, en las elecciones presidenciales de los EE.UU. o en el flaco papel que el gobierno saliente y los órganos de control han ejercido en el tema de la corrupción. Lo cierto es que la postverdad tiene mucho de mentira.

No es raro que el término surgiera en los EE.UU. a raíz de los escándalos del Watergate y de la guerra de Iraq. Hoy sabemos hasta qué punto se mentía sin discriminación y cómo se ocultaban los hechos. El tema es viejo y los nazis lo perfeccionaron hasta el extremo de embaucar a uno de los pueblos más cultos del mundo.

¿Cómo es posible instaurar el reino de la mentira? Piensen en el poder de los medios de comunicación, especialmente en el Internet y en las redes sociales, en los infinitos comentarios insultantes que rozan la difamación. Piensen, muy especialmente, en el descrédito constante de las instituciones y de las personas. Lamentablemente, es algo que incluso sufrimos en la Iglesia.

Detrás de muchos juicios demoledores de personas con una determinada lectura de fe, está la fuerza de la ideología o de los sentimientos heridos, capaz de tergiversar personas e instituciones por una determinada postura social y política. Los medios tienen hoy una gran responsabilidad social, especialmente cuando están al servicio del poder o, simplemente, del mercado.

“La verdad os hará libres”, decía Jesús.

 

Sin embargo, sería absurdo imputar toda la culpa de esta manipulación a los medios de comunicación. La culpa debe atribuirse, sobre todo, a las personas que mienten y tergiversan la verdad de los hechos. Lo cierto es que la falta de verdad va creando en la gente una gran desconfianza en los discursos públicos. A estas alturas, en el caso de la corrupción, después de todo lo ocurrido, muchos piensan que la información no nos transmite toda la verdad.

Es más, que la verdad ha perdido valor y que yace en el suelo herida de muerte. “La verdad os hará libres”, decía Jesús. Por el contrario, la mentira nos esclaviza y nos ata al carro de los intereses espúreos, minando así, a la larga, la confianza en el poder. La postverdad puede dominarnos y obligarnos a vivir dominados por ella. Por eso es tan importante que los ciudadanos exijan la verdad y que el poder la sirva.

Autor: Julio Parrilla. Obispo de Riobamba (Ecuador) y miembro de Adsis.

Fuente original: El comercio