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Los días previos al 4 de marzo, personas discapacitadas de diversas ciudades bolivianas, como Santa Cruz, Beni y Sucre se habían ido concentrando en Cochabamba. El día 4 comenzó la marcha con destino hacia la Paz para reclamar del gobierno un subsidio mensual de 500 bolivianos (64,15 euros al cambio de hoy). La distancia de 380 kilómetros a pie o, para la mayoría, en silla de ruedas, parecía merecer la pena si lograban su objetivo. Cochabamba está  a 2574 metros sobre el nivel del mar y el Alto a 4100 por lo que, además de la distancia, debían ascender  más de 1500 metros de desnivel. Comenzaron un grupo de unas 100 personas.

Estaban acercándose a Patacamaya, tras 280 kilómetros recorridos, cuando Caritas de la diócesis de El Alto me pidió ayudar con nuestra camioneta Nissan para cargar diversas colaboraciones reunidas los días anteriores en las parroquias. Ya que el espacio era limitado seleccionamos lo que parecía más urgente, como una silla de ruedas, pañales de adulto, colchonetas, ropa de abrigo, botellines de agua… También compramos 300 mandarinas para equilibrar la dieta de la comida predominantemente seca (pasta, arroz, papas, pan, etc), que están recibiendo de sus familias y colaboradores en  la marcha.

Cuando llegamos el día 14 de abril con nuestro cargamento vimos una larga fila de gente por la carretera; la comitiva había aumentado a 170, puesto que nuevas personas discapacitadas se iban sumando a medida que se acercaban a la meta. Muchos iban en silla de ruedas, la mayoría empujados por detrás por algún familiar o voluntario. Otros caminaban sobre una pierna, apoyados en muletas, Otros sobre los dos pies, portando banderas de sus Departamentos o de Bolivia. Para las subidas tan en pendiente, algunos vehículos llevaban en su parte trasera gruesas y largas cuerdas, remolcando filas de cuatro o más sillas de ruedas con sus respectivos usuarios. Además vimos dos ambulancias y una furgoneta de la policía, en cuya parte descapotable descansaban algunos marchistas. Dos camiones cumplían labores de avituallamiento o intendencia, transportando ollas, alimentos secos, colchonetas, mantas, ropa de repuesto de cada marchista, etc.

Al descargar nuestro cargamento en el polideportivo de Patacamaya, una vez que la comitiva llegó, lo que más valoraban era una silla de ruedas con baño, contemplada como un tesoro, capaz de aliviar sus cotidianas necesidades higiénicas, añadidas a las propias del largo camino. Pudimos conversar con algunas personas, que nos contaban sus sacrificios y planes, así como ofrecer una silla de ruedas a Belén, de 9 años, con  parálisis cerebral. Al cabo de unas horas, nos despedimos, sabiendo que volveríamos a vernos.

El motivo de esta certeza se debía a que los marchistas tenían que pasar tarde o temprano por las parroquias de San Francisco y Santa Clara de Asís, a ambos lados de la carretera de Oruro, y entrada en la ciudad de El Alto. Esto ha ocurrido el fin de semana del 23 al 25 de abril. El sábado por la noche llegaron unas 400 personas discapacitadas, pasando la noche en una capilla de la parroquia vecina, previamente vaciada de sus bancos para dejar espacio libre a multitud de marchistas. Otros se acomodaron en el amplio césped que rodea al edificio, instalando numerosas carpas o tiendas de campaña; finalmente otros más recibieron hospedaje en la sede social de los vecinos de Ventilla. Numerosas ambulancias, personal sanitario, colaboradores de Caritas, funcionarios de la alcaldía de El Alto, voluntarios eclesiales, policías, periodistas, etc se agolpaban en los alrededores de esta capilla de la iglesia de San Francisco de Asís. La oscuridad, la desinformación y el caos convivían con la buena voluntad de todos.

Pasó la noche del sábado, llegó el domingo. Los dirigentes de las diversas asociaciones de personas discapacitadas aceptaron la oferta de la alcaldía para trasladarse desde primeras horas de la mañana al polideportivo o Coliseo Tarapacá, dentro del espacio parroquial de Santa Clara de Asís. Con mis propios ojos pude ver que la iluminación, baños, agua y amplitud eran incomparablemente mejores que los de la víspera. Dentro del polideportivo habían instalado sus colchonetas, carpas, ropa y algún cartel. Uno muy ilustrativo decía así: “No somos la oposición, no somos la derecha. Somos personas discapacitadas luchando por nuestros derechos”. Con esta frase querían desmentir el mensaje del gobierno, que tacha de  “politizada” esta larga caminata. Para evitar las críticas del gobierno, los marchistas han rechazado algunas ayudas que dirigentes políticos opositores les ofrecían aceptando, sin embargo,  ayudas “humanitarias”, como la que reciben de la iglesia católica.

En la tarde del domingo el obispo de El Alto, Eugenio Scarpellini, presidió en el polideportivo una celebración de la Palabra,  junto con diversos sacerdotes y creyentes de las parroquias anfitrionas. En semicírculo ante el altar provisional, unas 100 personas discapacitadas escuchaban atentamente las palabras del evangelio, comentadas  después por el obispo  subrayando la profunda justicia que acompaña esta reivindicación, ejemplo de lucha y dignidad para todos. Les alentó a permanecer firmes, sin desanimarse, pues les aguardan días de desgaste, a la espera de una respuesta satisfactoria del gobierno.

Al terminar la celebración, era hermoso escuchar hablar en quechua, aymara, guaraní y guarayo, aunque no entendiera nada. Después acercamos a nuestra casa a Claudia, para bañar a su hija discapacitada. La madre nos cuenta que ha venido a la marcha con dos hijos, y otros dos han quedado en Cochabamba con la abuela.

Hoy lunes, hemos regresado al Coliseo para recuperar las colchonetas o pallasas que la parroquia prestó a los marchistas para el fin de semana, mientras los camiones iban cargando los utensilios para su última etapa, que es bajar a la ciudad de la Paz, y acampar cerca del palacio de gobierno.

 

Horas después volvemos con la furgoneta al Coliseo porque se han olvidado el agua en botellines o pequeñas bolsas de plástico. Allí conozco a un interesante integrante de la marcha. Es Richard, español, periodista y ciego. Vino a la aventura acompañado de su perra guía, adiestrada en España para ayudarle en el paso de semáforos, ascensores y pasos de cebra. En Bolivia ha descubierto que nadie respeta los semáforos y los pasos de cebra, por lo que ha dejado a su perra guía en la casa de un amigo adiestrador de perros, viniendo él solo junto a Caritas para hacer un seguimiento periodístico de la marcha, de la que él es parte activa.

Al terminar el camino de polvo y barro llegamos al asfalto, viendo que un carril de la doble vía está cortado por la policía, precisamente para permitir el paso de la marcha. Con la evidencia del cargamento y el carnet de sacerdote pasamos sin problemas hasta dejar el agua. Allí despedimos a los marchistas, que hoy llegarán a la Paz. Les aguardan días llenos de más sacrificios, paciencia y esperanza. “Creemos que hacer Cuerpo de Cristo con el oprimido y compartir su historia nos hace bienaventurados” (Credo Adsis 5).

Autor: Alfonso López. 
El Alto. Bolivia