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Es un hermoso libro de Peter L. Berger que ha caído en mis manos últimamente. Para el autor las diversas religiones y los secularismos laicistas deben aprender a dialogar para favorecer la cohesión social. 

Hace décadas la sociología fue relevante para ciertos sectores de la Iglesia, interesados en un auténtico compromiso social de la fe y convencidos de que era imposible trabajar por el Reino de Dios sin tratar de transformar la realidad, la tierra que pisamos. De aquí la importancia de la escucha y del diálogo.

 

Es bueno que a la Iglesia nos digan desde fuera, incluidos agnósticos y ateos, cómo nos ven y, así, nos ayuden a descubrir nuestras propias falencias y contradicciones.

 

Hoy, el peor enemigo de la religión no es la ideología, sino esta sociedad de consumo, ajena al sufrimiento humano y a la necesidad de compartir. Incluso cuando hablamos de la necesidad de cuidar la “casa común”, nos olvidamos fácilmente de que la casa es una casa habitada por el hombre. Mucha gente, especialmente en Europa y en Estados Unidos, renuncia a consumir productos fabricados por países irrespetuosos con las exigencias de una sana ecología, pero se olvidan de que los refugiados y migrantes habitan el mismo hogar y que ahí están, al otro lado de la alambrada esperando una oportunidad.

Yo creo que las relaciones entre mundo moderno y religión no han originado un proceso de secularización que lleve a la desaparición de las religiones. Más bien creo que lo que ha acontecido es un incremento del pluralismo religioso y secular y una ruptura del monopolio de religiones e ideologías. Fundamentalistas hay en todas partes, en la Iglesia y en la sociedad. No hay fe ni secularización por decreto. Más bien, todos tendríamos que aprender a dialogar para favorecer la interculturalidad y una mayor cohesión social. Que todos vivamos en la misma casa no significa que todos pensemos o sintamos de la misma manera. Hasta nuestras necesidades son diferentes. 

Mal que le pese a los nostálgicos del pensamiento único (religioso o secular) el mercado de identidades es pluralista. La Iglesia y el secularismo laicista tienen que aprender que las sociedades modernas son postseculares y que la modernización está siendo compatible con la expansión de las religiones. La afirmación de Nietzsche sobre la muerte de Dios no tiene ya tanta actualidad. Con su humor característico, Berger reproduce una pegatina que encontró en Harvard: “Querido señor Nietzsche: usted está muerto. Sinceramente suyo, Dios”. 

Al tratar este tema me doy cuenta de que no vivimos tanto en una época de increencia cuanto en un tiempo de duda donde mandan el dinero y el bienestar, de indiferencia. No son pocos los que viven “como si Dios no existiera”, quizá porque un Dios que nos compromete y complica la vida, toca nuestra comodidad y nuestro dinero, resulta molesto ycontraproducente.

 

Autor: Julio Parrilla, obispo de Riobamba y miembro de Adsis.
Fuente original: Diario El Comercio