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Vivimos un mundo de contradicciones. La guerra de Siria, con sus bombardeos feroces y destructivos, choca abiertamente con el ansia de paz que late en el corazón de los hombres y con la conciencia pacifista que hoy está presente en la vida de muchos seres humanos.

Cuando cientos de niños mueren, la cultura de la no violencia renace y se desarrolla poco a poco, mal que le pese a los señores de la guerra, expertos en la compraventa de armas y en teñir de rojo la vida de los pobres. Desde hace miles de años la violencia se tolera como una de las grandes soluciones a los problemas de una humanidad que no logra salir de sus propios círculos de muerte. Hay que luchar cada día para desterrar la violencia no sólo de los escenarios geopolíticos, sino también de nuestra vida personal y social.

¿Por qué se produce la violencia? Difícil es simplificar las preguntas y las respuestas. Más allá de las patologías que salpican la condición humana, hay que hablar del miedo, de los miedos atávicos que nos mantienen encerrados en la propia inseguridad, en el deseo de poseer y de dominar. Hay muchas clases de miedos, porque hemos sido heridos de muchas maneras diferentes. Nuestras palabras y nuestros gestos no sólo producen heridas en los demás; también dejan en nosotros una estela de sufrimiento capaz de hacernos temerosos y mediocres, incapaces de amar hasta el extremo y de dar la vida.

Ahora, que muchas personas han perdido sus espacios de poder y su capacidad de mando, imagino que los psicólogos tendrán mucho más trabajo. Es tremendo que, acostumbrados a imponer sus criterios y caprichos, a tratar a los demás como idiotas inferiores, ¡cuánto pontificaron!, tengan que vivir en el silencio y en el ninguneo. Perder el poder es causa de sufrimiento, pues al desvanecerse se pierde el protagonismo y la sensación afrodisíaca de ser alguien. Tiempos duros nos tocaron pasar cuando ignorantes de tomo y lomo, ungidos por la prepotencia del jefe y la sumisión ideológica, ordenaban a un lojano que quitara de la pared del hospital la imagen de la bendita Virgen del Cisne. Cualquiera pensaría que eran genios, expertos en democracia y en ciudadanía.

¿Cómo quitarnos los miedos? Hay que decir a los niños (y a los adultos) que cada ser humano tiene dentro de sí una parte magnífica y otra parte que no es tan buena, que hay que dominar y controlar. Tenemos que caminar paso a paso en la dirección del bien y de la virtud. Y no dejar que haya líder, ideología o poder que sustituya nuestra condición humana, pensante y libre.

Descubrir la parte oscura de la vida, de la propia vida, no es el fin del mundo. Importa la capacidad de amar, de trabajar y de entregarse. Importa la capacidad de hacer el bien. Por eso perdieron el poder. Porque no hicieron el bien. Porque utilizaron el miedo.

Autor: Julio Parrilla.
Fuente original: Diario el Comercio