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Una palabra: ¡Gracias! ¿Por qué? Porque en medio de mi ambigüedad saboreo la firmeza de Dios que me hace caminar con mis hermanas y hermanos adsis y con muchos hombres y mujeres que me enseñan el Evangelio de Jesús. Parafraseando a Pablo en Rom 7,25  reconozco muchas veces que no acierto a ayudar con lo que hago e incluso que hago daño a los demás pero eso me hace abrirme a la fe en Jesús con más realismo para cambiar y encontrar la felicidad en el camino más que en los éxitos.

Cuando nos preparábamos para venir a Chile allá por el 90 una de las preguntas que más me complicaban era: y ¿qué voy a hacer allá?. ¿En qué podré trabajar? Acababa de terminar la teología a trancas y barrancas y sólo tenía la experiencia laboral de las clases de religión en el colegio Berrio Otxoa y de los años en Lankopi. Por eso me llegaron mucho las palabras que nos dirigió nuestro amigo obispo Jano en la eucaristía que celebramos en la llegada a Valdivia el 29 de junio de 1990. Entre otras cosas nos dijo: “Que la gente les quiera más por lo que son que por lo que hacen”. O algo así… Claro, una de mis preocupaciones principales que en ciertos momentos se ha tornado en una obsesión es ¿qué hacemos-hago aquí? Y cuando uno se sitúa a bastante distancia geográfica y cultural del medio en el que puede haber una mayor estabilidad y seguridad vital, la pregunta va unida de un cierto sentimiento de temor ante la dificultad de acertar porque parece que lo que uno «hace» es lo que justifica estar por acá.  Era la pregunta que me hacia la gente conocida en Bilbao ¿y qué vas a hacer allá? La respuesta que nos dábamos sobre todo en los primeros años, es que hemos venido a fundar Adsis en Chile y después en Ecuador. Así de simple y así de complejo.Casi todos los hermanos/as venidos a Latinoamerica hemos tenido posibilidades de mucha proyección profesional. A mí me marcó mucho la experiencia del trabajo con jóvenes de la población Lanín en Temuco, en el Departamento de Acción Social del obispado de Temuco con un equipo de gente entrañable, junto a Mari Jose Salazar (adsis) y Andrés Reyes, entre otros, de los que aprendí harto, sobre todo a querer a quienes parece más difícil querer encontrando la puerta o la ventana por donde entrar y a ver la vida desde fuera de la sociedad de bienestar que genera tanta insensibilidad. Antes había comenzado a trabajar de profesor de religión en los liceos A-26 y A-28 pero al ver la posibilidad de internarme de lleno en el mundo de la marginación en trabajo con jóvenes me metí de cabeza y cambié de trabajo. Sin tener una formación académica para ello el trabajo de esos años me hacía proyectarme con ilusión en este campo. También apareció la posibilidad de hacer alguna clase de “teología” para universitarios en la Católica de Temuco. Fue un complemento adecuado con el trabajo de educador en Lanín. 

El ritmo de trabajo fuerte y con muchos desafíos vocacionales fue de la mano de una experiencia de mucha vida pastoral sobre todo en la pastoral juvenil de la parroquia Santo Tomás de Villanueva y en la Pastoral Universitaria de la mano de Miguel Angel Nuñez y Luzio Uriarte. Todo un lujo haber compartido con ellos y con el conjunto de una comunidad volcada en la apuesta por los jóvenes con tanta creatividad y dedicación en aquellos años. Y los frutos vocacionales llegaron pronto con las opciones de los primeros temucanos/as por el proceso de formación vocacional adsis. Ellos nos ayudaron a meternos mucho más en la vida chilena compartiendo de cerca sus búsquedas y apuestas.En medio de tanta vida y tanta intensidad la decisión de Antonio Montero y MariCarmen de dejar el movimiento nos hizo mirar nuestra fragilidad vocacional. Fue la primera crisis de hermanos que viví de cerca en Latinoamérica. Lo viví con mucho dolor por la amistad de tiempo con ellos y me hizo tomar más conciencia de que llevamos el tesoro del Evangelio en vasijas que se pueden romper porque son de barro, porque somos de barro, o sea, ambiguos y contradictorios en el fondo de nuestro ser. ¡Cuántas situaciones de fragilidad vividas en comunidad en estos años me han hecho sentir con fuerza la necesidad de volver a la invitación del aterrizaje en Valdivia hecha por Jano “que nos quieran más por lo que somos que por lo que hacemos”!El crecimiento de las comunidades hizo posible y necesario abrir la segunda casa en Valdivia en San Pablo a finales del 1994. Para mí, estar disponible a las necesidades de las comunidades era obvio; lo que no caí en cuenta hasta haber pasado unos meses en Valdivia era lo que me costaba sacar el corazón de Temuco. Allí había echado raíces como primera tierra nueva y Temuco me jalaba. Me costó un año de desarreglo intestinal desapegarme de Temuco y estar entero en Valdivia. Fue importante el cursillo de febrero del 1996 compartido con Guillermo, al que no había visto desde mucho antes del viaje a Chile porque él había salido de Bilbao para Canarias. Una pluma de un tiuque en el día de desierto puso la imagen a mi pelea al reconocerme mudando de piel para poder crecer y así desapropiarme de Temuco con todo lo que significaba. Me acuerdo que en el acompañamiento con Gonzalo, en medio de la crisis, le decía que me sentía dándole patadas a mi celibato por culpabilizarle de no estar en Temuco al acoger con disponibilidad célibe la propuesta de cambio a Valdivia. En el fondo era el reconocer que si no estaba en Temuco que era donde me sentía poniendo todo en juego era porque me abría a seguir dejando otras tierras queridas del alma y a otros hermanos y amigos como así ha venido pasando. Temuco fue el primer amor latinoamericano y Valdivia la primera crisis vocacional que tanto me ayudó a crecer y a aprender a seguir las huellas de Jesús. ¡Qué paciencia tuvieron conmigo  Rafa, Elvira, Mariano y Marta! ¡Cuánto me ayudaron a dejarme de autorrollos y a vivir poniendo la vida en los demás, saliendo de mí! Qué importante fue compartir de cerca con el grupo de Convocatoria Vocacional que me ayudaron a poner el corazón en la voluntad de Dios!Claro, en ese contexto de cursillo y teniendo a Guillermo cerca (después de muchos años sin verle) con el que había conversado en Bilbao alrededor de ocho años atrás sobre el ministerio presbiteral, me vino la pregunta de si el discernimiento (que había hecho acompañado con Pedro Antón en el 89, en el cual veía claro que ser cura no era lo mío), podría tener otro enfoque porque estaba más centrado en las constataciones de mi limitación y mis sensibilidades. Esa noche le di bastantes vueltas al tema y al día siguiente hablé con Guillermo y le pregunté qué necesidad de curas había en el movimiento. En alguna visita a Temuco de José Luis Pérez me había dicho: “si ves que el ministerio presbiteral te puede ayudar a servir mejor a los jóvenes y a los pobres me avisas”. En aquel contexto le había respondido que me sentía a full en el compromiso adsis tal como vivía. En Valdivia me abrí a la posibilidad de un nuevo discernimiento desde el revolcón en la experiencia de fe.¡Y yo que creía que iba a ser chileno forever! Llegó la propuesta de ir a Esmeraldas en Ecuador. Con la lógica de ejercitar la disponibilidad acogí la propuesta. Me sabía mal dejar Valdivia porque después de haberles «dado el año» a los hermanos me parecía que lo propio era compartir la nueva etapa. Pero en la clave de no caer en lecturas demasiado psicologizadas me despedí de Valdivia a los pocos días de las primeras opciones definitivas de hermanos chilenos. Todo un acontecimiento.La acogida calurosa de la gente de Esmeraldas, la dinámica de trabajo centrada en la encomienda de la PUCESE en contacto con muchos jóvenes, la vida eclesial muy volcada en la misión, me ayudaron a plantearme de nuevo el discernimiento sobre el ministerio presbiteral y esta vez apostar por vivir profundizando en la fe acogida como regalo de un pueblo lleno de fe humilde y sencilla. La ordenación me cambio la forma de entrar en relación con la gente. Ahora era el “padrecito”, a lo que yo sugería “mejor el padrezote”, en broma, para decirles en el fondo que mis amigos me dicen Félix…  La dedicación a las clases de la PUCESE la combiné con la atención ministerial a  la parroquia de Tachina. Fue un año y medio de experiencia pastoral a lo esmeraldeño, subiendo y bajando lomas por los campos y los recintos. La comunidad, nutrida de hermanos, iba apostando por crecer en relaciones con jóvenes. En el contexto esmeraldeño buscábamos formas de entrar en caminos de mayor formación. A finales del 99 discernimos asumir la encomienda de la parroquia del vecindario, “La Anunciación”. En noviembre falleció mi aita de repente debido a un aneurisma de la aorta. Yo salía de un retiro personal pidiendo a Jesús que me renovase con su Espíritu… La dureza del golpe por su partida no me quitó sentir el profundísimo agradecimiento por tanta vida recibida de él con todo su arte y cariño. El había compartido la celebración de la ordenación el año anterior junto con mi ama y mi tía Maru viniendo a Esmeraldas en pleno fenómeno del “niño”. Esa es la imagen que más me viene a la mente, en la que expresaba su forma de creer: “Yo creo en mis hijos”, y nos acompañó de cerca a cada uno de mis hermanos/as por caminos bien diferentes.La apuesta de la comunidad por la parroquia se reforzó con la dedicación laboral de Lola gestando el espacio de promoción familiar “Abriendo puertas”. Con su creatividad y buen hacer fue abriendo una línea de promoción donde lo acostumbrado eran las ayudas asistenciales. Cuánta alegría en los niños y en las señoras del barrio que participaron en aquellos años del programa. ¡Gracias Lola por tanta entrega y cariño a la gente!

Y de nuevo una propuesta de cambio de comunidad a Iñaquito. Me costó mucho salir de Esmeraldas cuando me sentía echando raíces nuevas después de un lento proceso de inculturación. Me dije que lo importante era cómo dar respuesta a las necesidades del movimiento que entonces pasaba por apoyar Quito. Allá me sentí  potenciado en la dinámica comunitaria. Tuve la oportunidad de cultivar con más profundidad la espiritualidad. Pude hacer los ejercicios de la vida cotidiana acompañado por Marco Vinicio Rueda, sj. Con su sabiduría y perspicacia me ayudo a reconocer a Jesús como quien daba sentido a todas las decisiones y cambios de comunidad en mi vida y que en lo práctico, mi vida iba quedando marcada por El y así quería que fuese. Me ayudó en aquellos años el preparar el cursillo a los hermanos/as de Chile a donde volvía, después de muchos años, alegre de poder reconocer como Dios iba cuidando de las comunidades y cómo los hermanos chilenos tenían cada vez más protagonismo. Los jóvenes quiteños me ayudaron a saborear la sal quiteña con toda su chispa.A principios del 2006 cambié a la comunidad de Portoviejo. En el replanteamiento que hacía la comunidad sobre su presencia me tocó hacer de bisagra con la etapa nueva orientada a simplificar los proyectos para que la parroquia pudiera tener un perfil más sencillo que permitiese un ritmo de vida que oxigenase más a la comunidad. Entré en una dinámica parroquial a full, llena de coordinaciones y sobre todo compartiendo con mucha gente muy comprometida. Cuando abrimos en la comunidad la apuesta por el movimiento amplio ellos fueron los que más respondieron a hacer un proceso de formación de adultos cara a participar de nuestro movimiento. ¡Qué generosa la respuesta de los asociados actuales capaces de abrirse a lo nuevo y apoyar con tanto cariño la vida de la comunidad! Portoviejo ha sido la comunidad en la que más tiempo he vivido, algo más de siete años. Ha sido el lugar donde me he sentido entregando lo mejor de mí en medio de mis dificultades. Testigo de ello son los hermanos/as actuales de Portoviejo a los que me siento muy unido. Cada ciudadela con su sabor especial hizo que la experiencia de Portoviejo fuese como un rico mosaico lleno de colores y formas diferentes.A inicios del 2013 cambié de nuevo a Esmeraldas. ¡Quién me iba a decir que iba a poder compartir de nuevo con la gente de Esmeraldas! Y aquí estoy, aprendiendo de nuevo a ser esmeraldeño con el corazón agradecido al Señor Jesús porque siento que cuenta conmigo después de tanta torpeza manifestada en cada comunidad pero sobre todo con tanta alegría por sentir la vocación adsis crecer en mí y en mis hermanos en la medida que nos abrimos en comunidad a nuevos desafíos y retos. Siento que hoy, de nuevo, lo más importante es fundar adsis en Esmeraldas desde el compartir fraterno entre los hermanos/as, acogiendo la apuesta por el movimiento amplio y desde la presencia audaz y sencilla entre los jóvenes y pobres que son nuestros vecinos.¡Ojalá dentro de otros 25 años podamos celebrar tanta vida y tantas bendiciones con las que el Señor Jesús nos siga regala cada día!
 
Felix Urquijo
(comunidad de Esmeraldas, Ecuador)
 
Seccion: Esmeraldas