Pedro miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús:
-Señor, y éste ¿qué?
Jesús le contestó:
-Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme.
Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido de que este discípulo no iba a morir. Sin embargo, Jesús no había dicho a Pedro que aquel discípulo no moriría, sino: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?».
Este discípulo es el mismo que da testimonio de todas estas cosas y las ha escrito. Y nosotros sabemos que dice la verdad. Jesús hizo muchas otras cosas. Si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse.
En la vivencia de la vocación, en la Iglesia y en el Movimiento, debemos cuidar siempre dos aspectos fundamentales: la vivencia y la comunión. Lala vocación. La vivencia de un corazón enamorado del Señor y de comunión como pertenencia y vinculo con los hermanos en la fe y en la vocación.
La comunidad de Juan hereda del discípulo amado el conocimiento y la vivencia de Jesús con una profundidad teológica y espiritual peculiar. El cuarto evangelio es un tesoro único que nos acerca al Señor Jesús como la expresión plena del Padre.
La comunidad de Juan necesita, por otra parte, potenciar la comunión con las otras comunidades, romper su aislamiento, incorporarse a la comunicación de la vivencia recíproca. Pedro es el vínculo y el siervo de esta comunión. Jesús le exige un amor mayor y un seguimiento peculiar. Juan recorre su propio camino detrás de Jesús y de Pedro. Su propio camino será testimoniar que el amor ha de permanecer siempre hasta que el Señor vuelva.
¡Haznos, Señor, vivir nuestra vocación con una profunda vivencia del corazón en comunión fraterna!
