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Un hombre, llamado Nicodemo, miembro del grupo de los fariseos y principal entre los judíos, se presentó a Jesús de noche y le dijo:
-Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos; nadie, en efecto, puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él.
Jesús le respondió:
-Yo te aseguro que el que no nazca de lo alto no puede ver el reino de Dios.
Nicodemo repuso:
-¿Cómo es posible que un hombre vuelva a nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno materno para nacer?
Jesús le contestó:
-Yo te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu. Lo que nace del hombre es humano; lo engendrado por el Espíritu, es espiritual. Que no te cause, pues, tanta sorpresa lo que te he dicho: «Tenéis que nacer de lo alto». El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu.

Fecha: 
Lunes, Abril 24, 2017
Cita de la oración: 
Lunes - 02 Pascua
Comentario: 

No basta admirar los signos que hace Jesús para entrar en el Reino. La admiración por el Señor es un primer paso para ir a Él, aunque sea de noche. Es preciso «nacer de nuevo».

Nicodemo era fariseo y, además, jefe judío. Pero era también viejo. Su condición no era muy propicia para «nacer de nuevo». Su dificultad deriva de que entiende la propuesta de Jesús como una vuelta atrás en su historia personal, como volver al vientre de su madre...

Nacer de nuevo para Jesús es «entrar en el reino de Dios». Se trata de vivir como hijo, hermano y siervo en el seguimiento al Señor. Se trata de conformar el propio corazón desde las bienaventuranzas del discípulo.

Sólo quien nace del agua y del Espíritu puede entrar en el reino de Dios. El agua es la claridad de la Palabra y el Espíritu es la nueva vida por la fuerza del amor de Dios. No se trata de nacer de la carne: por propia seguridad o conveniencia. Se trata de nacer por y para el Señor: por su proyecto y por su amor.

Para nacer del Espíritu es preciso buscar al Espíritu, abriendo nuestras entrañas a su fecundidad. Nadie puede aferrar al Espíritu porque, como el viento, va y viene y sopla libremente. Debemos pedirlo al Padre con los sentimientos y actitudes de Jesús.

El que ha nacido del Espíritu está dispuesto a recorrer los caminos del Reino.