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Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios. El motivo de esta condenación está en que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque hacían el mal. Todo el que obra mal detesta la luz y la rehúye por miedo a que su conducta quede al descubierto. Sin embargo, aquel que actúa conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que todo lo que él hace está inspirado por Dios.

Fecha: 
Miércoles, Abril 11, 2018
Cita de la oración: 
Miércoles - 02 Pascua
Comentario: 

La comunidad del discípulo amado nos transmite en este evangelio su más profunda experiencia de salvación en el Señor.

Esta experiencia de fe se traduce en tres realidades a través de las cuales Jesús, por su Espíritu, transforma nuestra existencia personal y comunitaria. Dios nos ha comunicado en el Señor su luz, su amor y su vida.

La luz recibida nos ha hecho hijos y siervos de la verdad y la práctica de la verdad (autenticidad de vida evangélica) nos acerca a la luz. La comunidad de Juan nos advierte así de la relación que existe entre la praxis y la creencia. Por eso el amor está identificado con la luz de la fe.

El Padre nos entregó a su Hijo por el amor infinito que nos tiene. Él nos sacó de las tinieblas. Él nos enseñó a amar con amor extremo. Él nos da vida eterna.

¿Cómo es posible que ante la luz, el amor y la vida, podamos mantenernos indiferentes en las tinieblas de nuestra ignorancia y egoísmo? ¿Cómo podemos vivir en la luz, en el amor y en la vida de Dios y no transmitir a los jóvenes y a los pobres la riqueza recibida?

Enséñanos, Padre, a hacer de la fe una vivencia transformante y una convocatoria significativa y convocante en Jesús por el Espíritu.