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Al oír a Jesús manifestarse de este modo, algunos afirmaban:
-Seguro que éste es el Profeta.
Otros decían:
-Este es el Mesías.
Otros, por el contrario:
-¿Acaso va a venir el Mesías de Galilea? ¿No afirma la Escritura que el Mesías tiene que ser de la familia de David y de su mismo pueblo, de Belén?
Había, pues, una gran división de opiniones acerca de Jesús.
Algunos querían detenerlo, pero nadie se atrevió a ponerle la mano encima. Los guardias fueron donde estaban los jefes de los sacerdotes y los fariseos, y éstos les preguntaron:
-¿Por qué no lo habéis traído?
Los guardias contestaron:
-Nadie ha hablado jamás como lo hace este hombre.
Los fariseos les replicaron:
-¿También vosotros os habéis dejado seducir? ¿No os dais cuenta de que ninguno de nuestros jefes ni los fariseos han creído en él? Lo que ocurre es que esta gente, que no conoce la ley, se halla bajo la maldición.
Uno de ellos, Nicodemo, el mismo que en otra ocasión había ido a ver a Jesús, intervino y dijo:
-¿Acaso nuestra ley permite condenar a alguien sin haberle oído previamente para saber lo que ha hecho?
Los otros le replicaron:
-¿También tú eres de Galilea? Investiga las Escrituras y llegarás a la conclusión de que los profetas jamás han surgido de Galilea.
Cada uno se marchó a su casa.

Fecha: 
Sábado, Abril 1, 2017
Cita de la oración: 
Sábado - 04 Cuaresma
Comentario: 

Es impresionante advertir cómo los profesionales de la religión se quedan al margen de la salvación. Los sumos sacerdotes y los fariseos, engreídos y ciegos, desprecian a la gente sencilla: “Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos”, dicen, refiriéndose a los guardias del templo que se admiran de las palabras de Jesús.

Jesús está ya condenado a muerte. “Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima”. Sus enemigos buscan argumentos para descalificarlo. De Galilea no puede surgir ningún profeta. Se niegan a escuchar a Jesús y a juzgarlo con honestidad. Los que le escuchaban con apertura interior llegaban a la conclusión de que Jesús “es de verdad el profeta, el Mesías”.

Cuando los prejuicios y los intereses endurecen el corazón, nos cerramos a la acción de la gracia. Comenzamos por huir de la palabra, abandonamos la oración y erigimos nuestro propio juicio en criterio absoluto. La soberbia ciega la mente y la autosuficiencia nos aleja de la misericordia.

Concédenos, Señor, acercarnos a ti con humilde corazón y admirar siempre la verdad de tu palabra.