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esús se fue al monte de los Olivos.
Por la mañana temprano volvió al templo y toda la gente se reunió en torno a él. Jesús se sentó y les enseñaba. En esto, los maestros de la ley y los fariseos se presentaron con una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos y preguntaron a Jesús:
–Maestro, esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio. En la ley de Moisés se manda que tales mujeres deben morir apedreadas. ¿Tú qué dices?
La pregunta iba con mala intención, pues querían encontrar un motivo para acusarlo.
Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo. Como ellos seguían presionándolo con aquella cuestión, Jesús se incorporó y les dijo:
–Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la primera piedra.
Después se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en la tierra.
Al oír esto se marcharon uno tras otro, comenzando por los más viejos, y dejaron solo a Jesús con la mujer, que continuaba allí delante de él. Jesús se incorporó y le preguntó:
–¿Dónde están? ¿Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte?
Ella le contestó:
–Ninguno, Señor.
Entonces Jesús añadió:
–Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar.

Fecha: 
Lunes, Abril 3, 2017
Cita de la oración: 
Lunes- 05 Cuaresma
Comentario: 

Después de orar y descansar en el monte de los Olivos, Jesús enseña en el templo abiertamente a la gente sencilla que acudía a él; se sentaban a su alrededor y le escuchaban.

Los letrados y los fariseos aprovechan la escena para enfrentar a Jesús con la ley de Moisés ante el pueblo reunido. Una pobre mujer, sorprendida en adulterio, es la víctima elegida. Ha de ser apedreada en público. Todos esperan el veredicto de Jesús.

Ante la insistencia de sus enemigos, Jesús les reta a tirar la primera piedra si se consideran libres de pecado. Mientras el Señor escribe misteriosamente en el suelo, los acusadores se escabullen y desaparecen.

Jesús no ha venido a condenar, sino a redimir y salvar. “Tampoco yo te condeno, mujer. Anda y en adelante no peques más”.

Jesús recupera a la mujer en su dignidad. Este empeño es para él la ley más importante. Se realiza a sí la profecía de Ezequiel. “No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva” (Ez 33,11).

Aún hoy, en más de treinta naciones, la ley integrista apedrea a las mujeres inculpadas de adulterio. ¿Cómo es posible cometer semejantes crímenes en nombre de Dios?. ¿Cómo es posible que todavía no hayamos descubierto que la misericordia y la redención son el patrimonio del Dios verdadero?

Señor, creemos que el hombre es tu verdadero templo. Su restauración es tu mayor gloria.