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Los setenta [y dos] volvieron llenos de alegría, diciendo:
-Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Jesús les dijo:
-He visto a Satanás cayendo del cielo como un rayo. Os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones, y para dominar toda potencia enemiga, y nada os podrá dañar. Sin embargo, no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo.
En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo:
-Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Volviéndose después a los discípulos, les dijo en privado:
-Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis. Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Fecha: 
Sábado, Octubre 7, 2017
Cita de la oración: 
Sábado - 26 Tiempo ordinario
Comentario: 

La alegría de los setenta y dos es debida al éxito de la misión. Jesús se alegra con ellos, pero les recuerda el verdadero motivo de la alegría: «Estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo».

La alegría de la comunidad no depende de los éxitos, de que los proyectos vayan bien. La alegría es permanente, porque en la comunidad estamos llamados a vivir una experiencia de salvación. Cada uno de nosotros, cada nombre, cada historia de cada hermano está inscrita en el cielo, está inscrita en el corazón de Dios. Y esto ya no se nos quitará. Esta experiencia de salvación es lo que hace posible la alegría de la fraternidad.

Esta manera de entender la vida es privilegio de los sencillos. Jesús se sorprende y admira como los sencillos y pequeños son los únicos que entran en sintonía con la manera de pensar y ser de Dios.

Siendo sencillos y aprendiendo de la gente sencilla es como podemos ver también nosotros hoy lo que muchos «profetas y reyes desearon ver y no vieron». ¡Cuánto de Dios hay en la vida entregada y silenciosa de tantas personas de nuestros barrios y ciudades, de tantos hermanos que viven cada día entregándose sin pedir nada a cambio!