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Un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y para ponerle a prueba le preguntó:
–Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
Jesús le contestó:
–¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?
El maestro de la ley respondió:
–‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente;t y ama a tu prójimo como a ti mismo.’
Jesús le dijo:
–Bien contestado. Haz eso y tendrás la vida.
Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús:
–¿Y quién es mi prójimo?
Jesús le respondió:
–Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos bandidos. Le quitaron hasta la ropa que llevaba puesta, le golpearon y se fueron dejándolo medio muerto.
Casualmente pasó un sacerdote por aquel mismo camino, pero al ver al herido dio un rodeo y siguió adelante. Luego pasó por allí un levita,y que al verlo dio también un rodeo y siguió adelante. Finalmente, un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, le vio y sintió compasión de él. Se le acercó, le curó las heridas con aceite y vino,a y se las vendó. Luego lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, el samaritano sacó dos denarios,b se los dio al posadero y le dijo: ‘Cuida a este hombre. Si gastas más, te lo pagaré a mi regreso.’ Pues bien, ¿cuál de aquellos tres te parece que fue el prójimo del hombre asaltado por los bandidos?
El maestro de la ley contestó:
–El que tuvo compasión de él.
Jesús le dijo:
–Ve, pues, y haz tú lo mismo.
Fecha: 
Lunes, Octubre 9, 2017
Cita de la oración: 
Lunes - 27 Tiempo ordinario
Comentario: 

Ante la pregunta del letrado «¿Y quién es mi prójimo?», Jesús responde con una parábola y una invitación: «Haz tu lo mismo». Jesús en este relato, como en tantos, no da una respuesta sino que provoca la respuesta desde el interior de nosotros mismos.

La parábola del samaritano, es una parábola que hace histórico el amor a Dios y al prójimo. El Dios de la vida desea la vida de sus hijos. Y por eso, «amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el ser. Y al prójimo como a ti mismo», es vivir la vida a la manera de Dios, es tener su misma sensibilidad y acercarte al hermano caído.

Ninguna situación, ya sea por motivos religiosos, morales, culturales, familiares o profesionales debe impedirnos la cercanía al que está al borde del camino. Es esta proximidad al pobre concreto lo que hace sensible y solidario al samaritano. Esa es la verdadera Presencia. Lo contrario es estar ausente, dar un rodeo o pasar de largo.

Hay muchos, miles de motivos para dar un rodeo y pasar de largo ante la necesidad del hermano. Solo uno para acercarnos y estar presente: mirar al hermano necesitado como Dios lo ve, con misericordia. Y sólo desde la presencia cercana y misericordiosa, ayudaremos en lo que podamos y en lo que no lo sufriremos juntos.

Esta fue la actitud del samaritano, que salvando barreras culturales y de enemistad, pone todo de su parte para aliviar la situación del maltratado sin hacerse más preguntas.

Y después de hablarnos de Dios a través del samaritano, Jesús nos reta e invita a hacer nosotros lo mismo.