Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo:
-Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Jesús les dijo:
-Cuando oréis, decid:
Padre,
santificado sea tu nombre;
venga tu reino;
danos cada día el pan que necesitamos;
perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a todo el que nos ofende;
y no nos dejes caer en la tentación.
«Señor, enséñanos a orar». La oración cristiana es fruto de la enseñanza de Jesús. Es en la escucha de la Palabra como vamos aprendiendo a orar. Mejor dicho, vamos adentrándonos y participando de la oración de Jesús que él quiere que sea la nuestra.
Nosotros no sabemos qué pedir, cómo orar, en esto seremos siempre aprendices de Jesús. Es Jesús quien quiere compartir con nosotros su experiencia del Padre y su Pasión por el Reino. Es Jesús quien nos comunica aquello que realmente es importante en nuestra vida y que irá siendo vida en nosotros gracias a la oración. Por eso, toda oración será cristiana si es expresión de las actitudes y deseos que Jesús nos revela en el Padre Nuestro.
Bastaría con que cada día rezásemos el Padre nuestro con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestra fuerza, con todo nuestro ser, para ir viviendo la interioridad de Jesús. Todo momento de oración, toda Palabra de Jesús, viene a ayudarnos a asimilar, anhelar y desear el contenido del Padre nuestro, verdadera síntesis de la vida de Jesús y de toda comunidad:
• Padre, santificado sea tu nombre.
• Venga tu Reino.
• Danos cada día nuestro pan del mañana.
• Perdona nuestros pecados.
• No nos dejes caer en la tentación.
Y poner toda nuestra disposición, alma y cuerpo, para acoger lo que ya el Padre nos está dando, para así, por el Espíritu de Jesús, vivir cada día conforme a lo que tanto deseamos, tanto oramos. ¿Pero es esta nuestra conciencia cada vez que decimos juntos o personalmente la oración de Jesús?
