Os digo que si uno se declara a mi favor delante de los hombres, también el Hijo del hombre se declarará a favor suyo delante de los ángeles de Dios; pero si uno me niega delante de los hombres, también yo lo negaré delante de los ángeles de Dios. Quien hable mal del Hijo del hombre, podrá ser perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado. Si os llevan a las sinagogas, ante los magistrados y autoridades, no os preocupéis del modo de defenderos, ni de lo que vais a decir; el Espíritu Santo os enseñará en ese mismo momento lo que debéis decir.
La fidelidad a Jesús, hemos de vivirla en todo momento, en toda circunstancia y en toda ocasión. No solo cuando el ambiente es favorable y la acogida está descartada. También cuando no esté bien visto, en los ambientes que no son favorables, con palabras y gestos claros. La clandestinidad de la vocación no es más que miedo a reconocer a Jesús en medio de los hombres, jóvenes y pobres, por miedo a ser rechazados. El anonimato en nuestros trabajos, proyectos, relaciones, muchas veces, más que prudencia, no es más que falta de confianza e inseguridad por lo que pueda pasar. Y esto más que provocar rechazo, lo que provoca es esterilidad. Privamos al otro, joven y pobre de la posibilidad de encontrarse con una manera de vivir la fe, de construir Iglesia.
Cuando en nuestro actuar tenemos más preocupación por no ser considerados parte de una determinada Iglesia, más preocupada de sí que del Reino, que de comunicar y manifestar nuestra verdadera identidad, en definitiva, estamos negando o impidiendo que Jesús sea reconocido en medio de los hombres. Cuando la secularización, nos lleva al mimetismo y al anonimato y no a la encarnación de lo que somos y vivimos, estamos más preocupados en lo que vamos a decir o defender que en dejar que el Espíritu siga actuando a través de nosotros. Y esto sería un grave pecado contra el Espíritu que quiere valerse de nosotros para dar a conocer a Jesús.
