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Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. Y había también un pobre, llamado Lázaro, tendido en el portal y cubierto de úlceras, que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico. Hasta los perros venían a lamer sus úlceras. Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue sepultado. Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Y gritó: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas». Abrahán respondió: «Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado. Pero, además, entre vosotros y nosotros se abre un gran abismo, de suerte que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni tampoco puedan venir de ahí a nosotros». Replicó el rico: «Entonces te ruego, padre, que lo envíes a mi casa paterna, para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormento». Pero Abrahán le respondió: «Ya tienen a Moisés y a los profetas, ¡que los escuchen!». El insistió: «No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán». Entonces Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco harán caso aunque resucite un muerto».

Fecha: 
Jueves, Marzo 1, 2018
Cita de la oración: 
Domingo- 26 Tiempo ordinario
Comentario: 

Si el rico Epulón hubiera escuchado a Moisés y a los profetas, su vida hubiera sido plenamente solidaria con el pobre Lázaro. No habría creado, con el mal uso de sus bienes, un abismo insondable entre Lázaro y él. Abismo que se hace definitivo en la nueva Vida.

La solidaridad no es fruto del miedo sino del amor. El corazón no cambia por la aparición asombrosa de un muerto. En cambio la interiorización de la historia desde la Palabra cambia el corazón y ordena la conducta hacia el amor solidario.

La desproporción inmensa entre el derroche de Epulón y el hambre de Lázaro es escándalo actual y de proporciones mundiales. Los perros y los ángeles suplen la insolidaridad de Epulón con el mendigo Lázaro. Dios está con él.

La cita de Dios, en su carne doliente, se desvela en la Palabra. Hemos de reavivarla.

La solidaridad de la comunidad es la profecía de la vida. A través de ella podemos cerrar los abismos que se abren entre nosotros. En la periferia de los pobres está nuestra salvación.