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Mientras iban de camino, uno le dijo:
-Te seguiré adondequiera que vayas.
Jesús le contestó:
-Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo:
-Sígueme.
El replicó:
-Señor, déjame ir antes a enterrar a mi padre.
Jesús le respondió:
-Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reino de Dios.
Otro le dijo:
-Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia.
Jesús le contestó:
-El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios.

Fecha: 
Miércoles, Octubre 4, 2017
Cita de la oración: 
Miércoles - 26 Tiempo ordinario
Comentario: 

El evangelio de hoy presenta tres casos de aspirantes a discípulo. El primero y el tercero piden seguir a Jesús; el segundo es llamado por Jesús mismo.

El primero le promete seguirlo en su condición de maestro itinerante (adonde quiera que vayas). Seguir a Jesús es acompañarlo, formarse, colaborar con él. Jesús le recuerda, no obstante, que la tarea del discípulo es exigente, pues no tiene ni siquiera, como las zorras o los gorriones, una madriguera o un nido donde cobijarse. Llegado el caso, la entrega y el desprendimiento radical son necesarios para ello. El discípulo debe encontrar su refugio en Dios y en la comunidad de hermanos.

El segundo pide seguir a Jesús, pero con una condición: enterrar primero a su padre, como pidió el profeta Eliseo a Elías. El oyente judío, conoce el carácter imperativo que tiene en su cultura acompañar a los padres en la vejez hasta darles sepultura. El padre representa entre los judíos la tradición, el vínculo con el pasado y con la ley. Jesús invita al discípulo a abrirse al futuro. El discípulo debe romper con todo vínculo que le impida vivir la urgencia del Reino.

El tercero se acerca a Jesús, pero le pide permiso para despedirse primero de su familia. Jesús se muestra más exigente que Elías con Eliseo. Aquél le dio permiso para ir a despedirse de su familia y luego seguirlo. Jesús le responde con una frase proverbial con la que se indica que el seguimiento de Jesús requiere exclusividad. No hay lugar ya para añorar el pasado (poner la mano en el arado y mirar hacia atrás).

Para ser discípulo, para vivir adecuadamente nuestra vocación el Señor nos pide cada día una entrega total, en la que no cabe ni siquiera la justificación de lo que se ha hecho o los méritos adquiridos.