En aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él." Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
Para un adulto en tiempos de Jesús, era insultante ser comparado con un niño. Porque el niño era considerado un ser débil, sin pretensiones, cuya humildad era más social que subjetiva. No tenía nada que decir en la sociedad y debía limitarse a obedecer las órdenes que se le daban.
Jesús acoge a los niños y se enoja con los discípulos. Porque el que acoge, rechaza o escucha a un ser humano, aunque se trate del más insignificante, el último, como era el caso de los niños, seres carentes de todo derecho, el que hace cualquier cosa de esas, a quien se las hace es a Jesús y, en última instancia a Dios mismo.
Y no sólo los acoge sino que los pone como referencia del Reino: «de los que son como ellos es el Reino de Dios. Les aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».
