Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo:
-Venid vosotros solos a un lugar solitario, para descansar un poco.
Porque eran tantos los que iban y venían, que no tenían ni tiempo para comer.
Se fueron en la barca, ellos solos, a un lugar despoblado. Pero los vieron marchar y muchos los reconocieron y corrieron allá, a pie, de todos los pueblos, llegando incluso antes que ellos. Al desembarcar, vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.
«Vengan ustedes solos a un lugar tranquilo a descansar un poco». En medio de tanta actividad, del ajetreo de cada día, el Señor nos invita a descansar. Necesitamos el descanso, especialmente en aquellos momentos en los que no tenemos tiempo ni para comer.
Estar a solas con Jesús es para nosotros el verdadero descanso. Hay descansos que cansan más que la actividad. Hemos de aprender a valorar lo gratuito y hacer práctica habitual de este encuentro con Jesús, para descansar en Él. Descansar nuestras preocupaciones, pretensiones, intereses, afanes, que tanto nos cansan. Descansarnos en Él para volver al encuentro con «la multitud» y tener los mismos sentimientos que Jesús y no dejarnos llevar por nuestros estados de ánimo, o por nuestros intereses, o por nuestros cansancios. Descansar en Jesús para compadecer con Jesús en la situación de tantos jóvenes y pobres que andan como ovejas sin pastor, necesitados del encuentro cercano, del acompañamiento gratuito, respetuoso, liberador.
Pero cuando nos encontramos cansados ¿es esta nuestra actitud? ¿Descansamos en Jesús o tendemos a «descansar» de la vocación? Cuando nos encontramos cansados escuchamos el llamado de Jesús a ir con Él a un lugar tranquilo. O es tanto lo que tenemos que hacer que nos resulta imposible.
¿Qué puede haber tan importante que nos impida este encuentro con Él en medio de las tareas de cada día?
