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Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.
Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
-Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban tan asustados que no sabía lo que decía.
Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:
-Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos. Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos.
Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos. Y le preguntaron:
-¿Cómo es que dicen los maestros de la ley que primero tiene que venir Elías?
Jesús les respondió:
-Es cierto que Elías ha de venir primero y ha de restaurarlo todo, pero ¿no dicen las Escrituras que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ha venido ya y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de él.

Fecha: 
Sábado, Febrero 18, 2017
Cita de la oración: 
Sábado - 06 Tiempo ordinario
Comentario: 

En la transfiguración Jesús, la montaña Jesús revela su auténtica identidad: Es el Hijo amado del Padre; a quien hemos de escuchar. En Él se cumplen todas las promesas de la Ley y los Profetas, pero su verdadera identidad, su fortaleza, es su condición de Hijo. Y su misión más importante es compartir con cada uno de nosotros su filiación. En Él, también cada uno de nosotros podemos reconocernos hijos, amados del Padre. Y esta es nuestra verdadera identidad, que necesitamos escuchar constantemente en la intimidad de la oración personal, para poder vivir cada día desde nuestra verdadera identidad: Contemplando al Hijo y en la escucha de su Palabra, reconocernos cada uno como hijos amados del Padre. Y ahí radica nuestra mayor dignidad. aparece en la gloria delante de Pedro, Santiago y Juan. Junto con Jesús, aparece Moisés y Elías, las dos más grandes autoridades del Antiguo Testamento. Y una voz venida del cielo dice: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo». Todas las enseñanzas hasta ahora son difíciles de entender. Pedro y con él los demás discípulos ya aceptaban a Jesús como Mesías, pero Mesías sin cruz. Por eso Jesús, antes de seguir anunciándoles el camino de la cruz, llevando a Pedro, a Santiago y a Juan, se transfigura, expresando las transformaciones que deben ocurrir en la vida de los que aceptan caminar con Jesús, El Mesías – Siervo. En

Sólo sabiéndonos amados y experimentando el amor del Padre va siendo posible una vida nueva en la que todos experimentemos con gozo el sentirnos «su hijo muy querido, en quien Él se complace».

Esta es la noticia a comunicar al pobre, al joven, quienes en tantos momentos viven experiencias de «orfandad». Que cada uno oiga en su propio lenguaje: «Tú eres mi hijo muy querido, en ti me complazco».

No es posible la fraternidad si no reconocemos al Hijo, si no nos reconocemos como hijos, e hijos /as amados cada uno con predilección.