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Jesús se marchó de allí y se retiró a la región de Tiro y Sidón. En esto, una mujer cananea venida de aquellos contornos se puso a gritar:
-Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija vive maltratada por un demonio.
Jesús no le respondió nada. Pero sus discípulos se acercaron y le decían:
-Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros.
El respondió:
-Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Pero ella fue, se postró ante Jesús y le suplicó:
-¡Señor, socórreme!
El respondió:
-No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos.
Ella replicó:
-Eso es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces Jesús le dijo:
-¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides.
Y desde aquel momento quedó curada su hija.

Fecha: 
Domingo, Agosto 20, 2017
Cita de la oración: 
Miércoles - 18 Tiempo ordinario
Comentario: 

La escena de la mujer cananea subraya en su comienzo la distancia entre Jesús y la mujer: él ha sido enviado solamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel y ella no pertenece a ese grupo sino a «los otros». Los gentiles excluidos de la Alianza. Pero la actitud de ella, su confiada insistencia, hace avanzar el diálogo, acorta las distancias, rompe las diferencias y la resistencia primera de Jesús se disuelve ante la fe de la mujer.

Ambos encontraron en el diálogo la sintonía necesaria. Jesús valora en esta mujer su resistencia ante el aparente rechazo; su habilidad para buscar puntos de vinculación, su astucia para encontrar palabras, imágenes, argumentos que puedan aproximar su postura a la de Jesús. Su capacidad para no ceder ante las dificultades.

No la exhorta a una conducta sumisa o a una resignación pasiva con su suerte. No la insta a conformarse con el lugar o las costumbres que corresponden según su «condición de mujer» y de extranjera; sino que le hace saber que ha acertado en la manera de entrar en relación con él y, a través de él, con el Dios de la vida, siempre a la espera de la creatividad y de la iniciativa confiada de sus hijos e hijas. Y es más, lee en su actitud una fuerza y una decisión que le admira, y a las que otorga el nombre solemne de fe y le comunica que es a causa de esa fe que queda curada su hija.

Esta mujer pobre, extranjera, es para nosotros hoy modelo y maestra en la fe. Ante las dificultades o el aparente rechazo, ¿seguimos confiando en Jesús o nos retiramos frustrados a nuestra suerte?