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Entonces se acercó Pedro y le preguntó:
-Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?
Jesús le respondió:
-No te digo siete veces, sino setenta veces siete. Porque con el reino de los cielos sucede lo que con aquel rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para pagar la deuda. El siervo se echó a sus pies suplicando: «¡Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo!». El señor tuvo compasión de aquel siervo, lo dejó libre y le perdonó la deuda. Nada más salir, aquel siervo encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios; lo agarró y le apretaba el cuello, diciendo: «¡Paga lo que debes!». El compañero se echó a sus pies, suplicándole: «¡Ten paciencia conmigo y te pagaré!». Pero él no accedió, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda. Al verlo sus compañeros se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo ocurrido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné aquella deuda entera, porque me lo suplicaste. ¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?». Entonces su señor, muy enfadado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagase toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros.
Cuando Jesús terminó este discurso, se marchó de Galilea y se dirigió a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán.

Fecha: 
Jueves, Agosto 17, 2017
Cita de la oración: 
Jueves - 19 Tiempo ordinario
Comentario: 

«Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?». Es como preguntarnos hasta cuándo he de soportar las rarezas, las ofensas, las limitaciones, los pecados de mi hermano. ¡Porque, todo tiene un límite!

La pregunta de Pedro es una pregunta lógica de la capacidad del amor humano. ¡Hasta cuando! La respuesta de Jesús tiene otra lógica, es la lógica del amor del Padre que sorprendentemente nos ama incondicionalmente y permanentemente ¡Siempre! No todo tiene un límite, el perdón de Dios, no. Es una realidad tan divina que no nos la llegamos a creer y menos a pensar que también nosotros podemos participar de esa manera de amar. El perdón es fruto del amor. Y el amor solo es posible para aquel que se siente amado.

Estamos tan llenos de complejos, de inseguridades, de miedos y dudas, de recelos y envidias, de ambiciones e insatisfacciones, que no nos amamos ni aceptamos como somos. Y como consecuencia podemos perdonarnos, pero hasta ahí, no más.

Para poder perdonarnos hasta setenta veces siete, necesitamos mucha humildad y mucha caridad porque siempre nos muerde el posesivo con su veneno de ansiedad y tristeza: quisiéramos ser más y mejor: como éste o aquél... Quisiéramos que el otro respondiera siempre a nuestras expectativas y necesidades e impedimos que sea él mismo.

El perdón al hermano sólo es posible como expresión de agradecimiento. Sólo puede perdonar quien es perdonado. Solo puede perdonar setenta veces siete quien se siente perdonado de la misma manera. Y así es como nos ama y nos perdona el Padre. Y el perdón no es un mérito, el perdón no se merece, se da gratuitamente. Sólo tenemos que acogerlo y el que acoge el perdón y sobretodo si es el perdón de Dios, le desborda y lo desparrama por todas partes.