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En cierta ocasión se acercó uno y le preguntó:
-Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?
Jesús le contestó:
-¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es bueno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.
El le preguntó:
-¿Cuáles?
Jesús contestó:
-No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo.
El joven le dijo:
-Todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué me falta aún?
Jesús le dijo:
-Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego ven y sígueme.
Al oír esto, el joven se fue muy triste porque poseía muchos bienes.

Fecha: 
Lunes, Agosto 21, 2017
Cita de la oración: 
Lunes - 20 Tiempo ordinario
Comentario: 

La pregunta fundamental de nuestra vida es cómo llegar a vivir una vida «eterna», es decir, más allá de las limitaciones del tiempo, la fragilidad y la caducidad de las relaciones humanas, una vida plena, honda, desbordante... Los que siguieron a Jesús hicieron la experiencia de estar junto a alguien que vivía así a pesar de haberlo dejado todo. Su único tesoro era la confianza en su Padre y su propuesta era enseñarles a vivir desde la libertad y la alegría que da el desprendimiento y la despreocupación por poseer y acumular. Lo extraño de la sabiduría de Jesús consistió en afirmar que la vida que buscaban estaba en relación con el dejar y no con el retener.

La Palabra de Jesús desenmascara todo el poder alienante que se encierra en las riquezas que despiertan en nosotros la necesidad insaciable de tener siempre más. Jesús ha visto en profundidad que el rico corre el riesgo de ahogar los deseos de libertad, justicia y fraternidad presentes en lo más hondo de sí mismo.

La riqueza endurece e insensibiliza a las necesidades de los demás y, aunque se viva una vida piadosa e intachable, algo esencial le falta al rico para entrar en el reino de Dios.

Y algo falla en nuestra vida cristiana cuando somos capaces de vivir acaparando y poseyendo más de lo necesario, sin sentirnos interpelados por el mensaje de Jesús y las necesidades de los pobres. Este mundo nos inculca el mensaje de que a más cosas poseídas, mayor felicidad, más podemos hacer por los otros.

En este evangelio, por el contrario, encontramos la constatación opuesta: aquel hombre se quedó con todo lo que tenía pero se marchó entristecido. Podemos preguntarnos cuál de los dos mensajes nos ofrece más garantías de credibilidad para nuestra vida de cada día.