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Jesús dijo a sus discípulos:
-Os lo aseguro, es difícil que un rico entre en el reino de los cielos. Os lo repito: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.
Al oír esto, los discípulos se quedaron impresionados y dijeron:
-Entonces, ¿quién podrá salvarse?
Jesús los miró y les dijo:
-Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo:
-Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos espera?
Jesús les contestó:
-Os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, cuando todo se haga nuevo y el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.
Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.

Fecha: 
Martes, Agosto 22, 2017
Cita de la oración: 
Martes - 20 Tiempo ordinario
Comentario: 

Si los ricos, los que tienen posibilidades no pueden, entonces, ¿quién puede salvarse?

La salvación, la vida plena no es una conquista de posibilidades, sino un don que el Padre da a los que confían, a los que ponen su corazón en la Palabra de Jesús, a los que no tienen más posesión que el seguimiento en el Reino.

Y es que paradójicamente, el sentido de la vida no está en acumular, en poseer, en acaparar, sino en el dejar, en el desprendimiento. Y el que deja, el que comparte, el que renuncia a la posesión sorprendentemente siempre, siempre, recibe más de lo que da.

Los discípulos al contrario que el joven rico han dejado espontáneamente casa, redes, familia, por el seguimiento. La promesa de Jesús es que recibirán cien veces más y heredarán la vida eterna. Porque la vida eterna comienza ya aquí entre nosotros. Pero lo primero es dejar y esto siempre supone un gran acto de confianza y asumir riesgos. Y esto no sólo en un primer momento sino que es una realidad permanente a lo largo de todo nuestro proceso vocacional.

¿Cuántas veces nosotros estamos dispuestos a dejar casa, proyectos... pero por nuestra falta de fe y confianza exigimos, aunque sea un pequeño anticipo, del ciento por uno futuro? Y esta actitud de querer poseer el desprendimiento, es lo que nos incapacita para gozar y disfrutar de la promesa. El querer asegurar tantas veces nuestro puesto, nos impide reconocer y experimentar el privilegio de participar de los últimos puestos que para Jesús y su Reino son los primeros.