Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron:
-¿Puede uno separarse de su mujer por cualquier motivo?
Jesús respondió:
-¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos uno solo? De manera que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
Replicaron:
-Entonces, ¿por qué mandó Moisés que el marido diera un acta de divorcio a su mujer para separarse de ella?
Jesús les dijo:
-Moisés os permitió separaros de vuestras mujeres por vuestra incapacidad para entender, pero al principio no era así. Ahora yo os digo: El que se separa de su mu-jer, excepto en caso de unión ilegítima, y se casa con otra, comete adulterio.
Los discípulos le dijeron:
-Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse.
El les dijo:
-No todos pueden hacer esto, sino sólo aquellos a quienes Dios se lo concede. Algunos no se casan porque nacieron incapacitados para ello; otros porque los hombres los incapacitaron; y otros eligen no casarse por causa del reino de los cielos. Quien pueda poner esto en práctica, que lo haga.
«Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse». Qué error y ceguera es pensar en el estado de vida como la manera más cómoda o mejor para vivir yo la vocación, desde los parámetros que yo mismo me creo. Qué error andar comparando qué es mejor o peor, qué es más fácil o conveniente. Cómo puedo hacer más o ser más. El mejor estado de vida no es el que yo pienso, sino el que el Señor elige para mí. Ambos son un don y ambos hemos de vivirlos como don. Y vivir el Amor en fidelidad es una gracia que sólo es posible acogiendo cada día ese don y reconociéndonos parte de un Amor mayor.
No es posible la fidelidad como si todo dependiera de nuestras fuerzas y capacidades, de lo que vemos o sentimos en cada momento. No es posible vivir la fidelidad si la fuente del amor la ponemos en nosotros y no en el Señor. Si vivimos como si el celibato o el matrimonio fueran conquistas nuestras y no don que recibimos del Señor para la significatividad de su Reino. Y el don es algo que se acoge y recibe, que se pide y que, como todas las cosas importantes de nuestra vida, hemos de alimentar cada día.