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Jesús tomó de nuevo la palabra y les dijo esta parábola:
-Con el reino de los cielos sucede lo que con aquel rey que celebraba la boda de su hijo. Envió a sus criados para llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. De nuevo envió otros criados encargándoles que dijeran a los invitados: «Mi banquete está preparado, he matado becerros y cebones, y todo está a punto; venid a la boda». Pero ellos no hicieron caso, y se fueron unos a su campo y otros a su negocio. Los demás, echando mano a los criados, los maltrataron y los mataron. El rey entonces se enojó y envió sus tropas para que acabasen con aquellos asesinos e incendiasen su ciudad. Después dijo a sus criados: «El banquete de boda está preparado, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y convidad a la boda a todos los que encontréis». Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y la sala se llenó de invitados.
Al entrar el rey para ver a los comensales, observó que uno de ellos no llevaba traje de boda. Le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?». El se quedó callado. Entonces el rey dijo a los servidores: «Atadlo de pies y manos y echadlo fuera a las tinieblas; allí llorará y le rechinarán los dientes». Porque son muchos los llamados, pero pocos los escogidos.

Fecha: 
Domingo, Octubre 15, 2017
Cita de la oración: 
Jueves - 20 Tiempo ordinario
Comentario: 

El Reino es una invitación. La actitud a cultivar es la de aceptar y acoger la invitación. Y es una invitación gratuita a todos los hombres. Y es una invitación a participar de la fiesta, porque el Reino antes que nada es una fiesta, es un banquete de bodas. Jesús se sorprende del rechazo que hacen de su invitación todos los que están satisfechos y se sienten seguros. El afán de posesiones, el negocio como valor absoluto, la violencia como medio de solucionar conflictos, incapacita y embota para acoger la invitación que es una invitación a la fraternidad, a la comunión, a la fiesta.

Pero una vez que estamos en el banquete, que hemos sido acogidos graciosamente a participar de la fiesta, no podemos estar como si no hubiese ocurrido nada.

No podemos vivir de la misma manera como si estuviéramos en la calle dejados de la mano de Dios. Participar del banquete significa acoger la gratuidad del amor de Dios y participar activamente de la nueva vida, de la nueva relación, de los nuevos valores de su Reino. No podemos vivir en comunidad con el mismo traje, los mismos criterios, y actitudes que si no hubiésemos sido alcanzados por el amor de Dios.

Y esta vivencia hemos de alimentarla constantemente, para no desvirtuarla y con humildad reconocer con los sencillos, que nuestra participación en el banquete de la fraternidad es solo y exclusivamente por pura gracia de Dios. Y vivir conforme a tal.

 Hemos de agradecer constantemente esta invitación. Al celebrar su Presencia resucitada, cuando partimos su Pan entre nosotros, es cuando empezamos a comprender que es él el que nos convoca a la fiesta. Que es él quien enjuga nuestras lágrimas y lava nuestros pies cansados del camino. Y que es él mismo quien se nos da como Pan fraterno y como Vino nuevo del banquete, ya comenzado, del Reino.