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Tened cuidado con los falsos profetas; vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? Del mismo modo, todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos. No puede un árbol bueno dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego. Así que por sus frutos los conoceréis.

Fecha: 
Miércoles, Junio 28, 2017
Cita de la oración: 
Miércoles - 12 Tiempo ordinario
Comentario: 

«No siempre los vinos mejor etiquetados son los de mejor calidad». No todo lo que se nos presenta como bueno es siempre bueno o conveniente. Valorar por apariencias siempre es arriesgado.

En nuestra vocación se hace necesario el discernimiento permanente. Y el criterio para saber si el discernimiento fue adecuado es comprobar los frutos que produce.

Por los frutos hemos de valorar. Por los frutos seremos también nosotros valorados en la autenticidad de nuestras vidas. Y aquí sí que no hay engaños: Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos.

Un hermano, una comunidad, no es fecundo por sus planificaciones, por sus hábitos, por su sabiduría, por estar todo el día en mil acciones y situaciones, sino por la vida que da, por sus frutos.

Un árbol está sano cuando recibe el agua y el sol adecuado y la savia recorre todas sus ramas. Y cuando sus raíces están bien insertadas. Es más, cuando más grande o más años tiene el árbol, más profundas han de ser sus raíces, para poder recibir el agua de la vida y que sus frutos no estén dañados.

El árbol, igual que la comunidad, sólo da frutos si está bien enraizado y tiene buenos canales de comunicación de vida. Los frutos nos dicen cómo está enraizado el árbol y cómo fluye la vida a través de él.

«Encontramos en la Palabra y en el Pan el verdadero camino que da sentido a nuestras vidas y nos compromete en ese grito de la «carne de Dios». (Credo Adsis, 6).