En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.
Jesús le contestó: Voy yo a curarlo.
Pero el centurión le replicó: Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace.
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.
Cafarnaún tenía guarnición militara romana. El jefe de la misma cuida de su gente, de sus criados. Le conmueve el sufrimiento de uno de ellos. Buscando remedio, piensa en Jesús y sale a su encuentro.
Jesús , admirado pro la solidaridad y la sensibilidad del centurión, se invita a su casa prometiéndole la curación. El centurión no quiere molestar al Señor y le ruega que con una sola palabra cure a su criado. No soy digno de que entres en mi casa; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano La humildad conmueve a Jesús, admirando también la fe tan grande de este soldado romano.
La iglesia ha perpetuado durante los siglos las palabras del centurión a la hora de prepararnos para la comunión eucarística.
Salimos al encuentro del Señor como el centurión sale al encuentro de Jesús en Cafarnaum. Movidos por la necesidad de tantos jóvenes y pobres acudimos a Jesús en este Adviento, renovando nuestro corazón solidario y convocante.
Tenemos la certeza de que la palabra de Jesús es capaz de levantarnos de nuestra debilidad. En este Adviento sentiremos, desde la Palabra, la venida novedosa del Señor.