Se le acercaron entonces los discípulos de Juan y le preguntaron:
–¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?
Jesús les contestó:
–¿Es que pueden estar tristes los amigos del novio mientras él está con ellos? Llegará un día en que les quitarán al novio; entonces ayunarán.
Mientras el novio está con nosotros vivimos en la alegría de su presencia. El luto y el ayuno son signos de pérdida y desconsuelo. El Señor ha querido estar siempre presente entre nosotros: su palabra y su pan son don y estímulo para la comunidad de los discípulos. Nadie nos podrá arrebatar la alegría que brota de esta presencia prolongada en los hermanos y en los pobres.
Sin embargo, Jesús nos advierte que llegarán días en que sufriremos la crisis y la desesperanza. Nos parecerá que Dios se ausenta y que su silencio invade de dudas nuestra condición de elegidos. Cuando el novio se ausenta nos sentimos descorazonados y el ayuno debilita nuestros afectos y nuestros esfuerzos. ¿Nos extrañaremos de sentir el aparente abandono del Padre si Jesús no experimentó en la cruz?
La comunidad, como cuerpo de Cristo, debe cuidar la presencia de Dios en cada uno de los hermanos. No vivamos de la simple promesa de futuro como los discípulos de Juan, ni de la autosuficiencia del presente como los fariseos. Vivamos de la fuerza del Espíritu que nos habita haciéndonos mujeres y hombres nuevos.
