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La fama de Jesús se había extendido, y el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían que era Juan el Bautista resucitado de entre los muertos, y que por eso actuaban en él poderes milagrosos; otros, por el contrario, sostenían que era Elías; y otros que era un profeta como los antiguos profetas. Herodes, al oírlo, decía:
–Ha resucitado Juan, a quien yo mandé decapitar.
Y es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado. Pues Juan le decía a Herodes:
–No te es lícito tener la mujer de tu hermano.
Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus magnates, a los oficiales y a la nobleza de Galilea. Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven:
–Pídeme lo que quieras y te lo daré.
Y le juró una y otra vez:
–Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.
Ella salió y preguntó a su madre:
–¿Qué le pido?
Su madre le contestó:
–La cabeza de Juan el Bautista.
Ella entró en seguida y a toda prisa adonde estaba el rey y le hizo esta petición:
–Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales no quiso desairarla. Sin más dilación envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. El guardia fue, le cortó la cabeza en la cárcel, la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.
Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

Fecha: 
Viernes, Febrero 3, 2017
Cita de la oración: 
Viernes - 04 Tiempo ordinario
Comentario: 

Herodes es un personaje nefasto decimos con frecuencia, hasta que caemos en la cuenta que Herodes somos cada uno de nosotros, más frecuentemente de lo que nos suponemos. Herodes anda preocupado. Por no perder estatus e imagen. Por no perder poder, se hace protagonista de una gran injusticia, de un asesinato. En lugar de guiarse por sí, no quiere perder su importancia o su influencia: ¿Qué van a decir de mí estos generales, estos magnates, esta mujer? La ambición y el despecho de otros le hace entrar en una relación de injusticia, es decir, mata a Juan para salvar su imagen.

¿Cuántas veces podemos entrar en esta dinámica? Matar al hermano, al joven y pobre concreto para salvar nuestra propia imagen. ¿Qué van a decir de nosotros estos compañeros de trabajo, mi familia, estos trabajadores sociales? Y dejamos de actuar según nosotros para dejarnos arrastrar por el contexto, por cómo otros esperan que hagamos. Esa falta de riesgo y osadía; ese dejarnos llevar por la corriente se convierte en nosotros como en Herodes en una fuente de infelicidad, porque «el fantasma de Juan» estará siempre rondándonos la cabeza o el corazón, e impedirá desarrollar lo mejor de nosotros mismos.

Es mejor siempre dejarnos llevar por los criterios de nuestra vocación que dejarnos llevar por la ambición de otros, o por no perder imagen... Si no vivimos conforme a los propios convencimientos, conforme a la propia vocación, no nos quepa la menor duda, que terminaremos poniendo la cabeza del hermano, de la comunidad, de los jóvenes y pobres, que son los que nos hablan de Dios, como Juan el Bautista, en una bandeja, aunque sea de plata.