Loading...

Llegaron a Betsaida y le presentaron un ciego, pidiéndole que lo tocara. Jesús tomó de la mano al ciego, lo sacó de la aldea y, después de haber echado saliva en sus ojos, le impuso las manos y le preguntó:
–¿Ves algo?
El, abriendo los ojos, dijo:
–Veo hombres; son como árboles que caminan.
Jesús volvió a poner las manos sobre sus ojos; entonces el ciego comenzó ya a ver con claridad y quedó curado, de suerte que hasta de lejos veía perfectamente todas las cosas.
Después le mandó a su casa, diciéndole:
–No entres ni siquiera en la aldea.

Fecha: 
Miércoles, Febrero 15, 2017
Cita de la oración: 
Miércoles - 06 Tiempo ordinario
Comentario: 

El ciego de Betsaida es un ciego anónimo. Capaz que es así, porque nos representa a todos. Muchas veces no descubrimos la novedad de la Palabra, la novedad de la vocación en nuestra vida ordinaria, porque nuestra mirada está distorsionada. Es una mirada que se llena de sensaciones y, con esa mirada, miramos la fraternidad, a los jóvenes, a los pobres, a Jesús, a Dios, a la historia y al mundo. Una mirada excesivamente cargada de nuestras impresiones. Esta mirada nos genera desesperanza, cansancios, hastío, temor. Podríamos decir que con esa mirada casi estamos ciegos: vemos formas, sensaciones colores..., como diría el ciego de Betsaida, veo hombres, me parecen árboles, pero andan.

Por eso Jesús, en el Evangelio tiene tanto interés en curar ciegos. Y pone mucho hincapié en la mirada.

La mirada siempre está cargada de intención. Normalmente vemos lo que queremos. Queremos dictarle a Dios el plan de nuestra vida y queremos ver las cosas tal y como a nosotros nos interesa verlas... (y en ello juegan un gran papel nuestros temores, conquistas o la necesidad de estar por encima, de mirar con posesión, con deseo, con dominio...). ¿Qué hay debajo, tantas veces, del no lo veo? Yo no se nada, no veo nada. ¿No estaré atrapado por el deseo de poder y, cuando no puedo, me abandono?

En esos momentos, también nosotros como el ciego de Betsaida, hemos de dejarnos llevar de la mano de Jesús, fuera de la aldea y dejarnos tocar nuestra mirada, nuestros ojos una y otra vez.

Solo veremos con toda claridad, si nos dejamos tocar por Jesús y miramos desde Él toda realidad.