Entre tanto, la gente se aglomeraba por millares, hasta pisarse unos a otros. Entonces Jesús, dirigiéndose principalmente a sus discípulos, les dijo:
-Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Pues nada hay oculto que no haya de manifestarse, nada secreto que no haya de saberse. Por eso, todo lo que digáis en la oscuridad será oído a la luz, y lo que habléis al oído en una habitación será proclamado desde las azoteas.
A vosotros, amigos míos, os digo esto: No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden hacer nada más. Yo os diré a quién debéis temer: Temed a aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar al fuego eterno. A ése es a quien debéis temer. ¿No se venden cinco pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, Dios no se olvida ni de uno solo de ellos. Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros.
Lo que es mala noticia para unos, es buena noticia para otros. Miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Y Jesús les advierte antes que nada que se cuiden de la levadura de los fariseos.
Y es que la actitud farisaica se nos cuela por todas las rendijas. Al menor descuido estamos reclamando el ser tenidos en cuenta; ser importantes; tener los primeros puestos. Al menor descuido vivimos de apariencias y juzgamos desde las apariencias. Nos hacemos duros y juzgamos desde nuestro mundo a los otros. Y a esto es a lo que tenemos que tener miedo. No al desgaste de la vida en la entrega callada y fecunda.
Pero vivir la actitud del evangelio, manifestada en Jesús, sólo es posible desde la confianza en el Padre, no es fruto de observancias y méritos. Estamos en sus manos y el cuida de nosotros. Nuestra realización ya no es otra que hacer la Voluntad de Dios, que construir fraternidad, que entregar la vida. Si anhelamos por encima de todo la Voluntad de Dios, y su voluntad es que seamos felices ¿Qué tenemos que perder?
