Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado. Al verlo, lo adoraron; ellos que habían dudado. Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras:
-Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra. Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.
Termina el Evangelio de San Mateo con la última aparición de Jesús a sus discípulos en Galilea. En su despedida, el Señor nos comunica dos certezas que han de configurar siempre la vida y la fe de la comunidad cristiana: su envío y su presencia.
Jesús nos envía a todo el mundo a comunicar su Buena Nueva de salvación y a invitar a todos a conocerle, amarle y seguirle para poder así encontrar la verdadera vida en la fe y en el amor nuevo. Haced discípulos a todas las gentes. El bautismo será el signo de esta vinculación vital con el Señor y de pertenencia a la comunidad de sus discípulos.
Para poder ser fieles a su envío, Jesús nos asegura su permanente presencia entre nosotros. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de mundo. El Espíritu Santo prometido nos dará fuerza y luz para ser fieles a la misión recibida. Por otra parte, siempre encontramos a Jesús presente con nosotros en la Palabra, en la comunidad, en la Eucaristía y en los pobres.
