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Lc 21, 25-28.34-36

Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas. Los hombres se morirán de miedo, al ver esa conmoción del universo; pues las potencias del cielo quedarán violentamente sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.

Lc 21, 34-36

Procurad que vuestros corazones no se emboten por el exceso de comida, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, porque entonces ese día caerá de improviso sobre vosotros. Ese día será como una trampa en la que caerán atrapados todos los habitantes de la tierra. Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis de todo lo que ha de venir y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre.

Lc 21, 29-33

Les puso también esta comparación:

-Mirad la higuera y los demás árboles. Cuando veis que echan brotes, os dais cuenta de que está próximo el verano. Así también vosotros, cuando veáis realizarse estas cosas, sabed que el reino de Dios está cerca. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Lc 21, 20-28

Todo suena a catástrofe en el evangelio de hoy. Jesús habla de la ruina de Jerusalén y del fin del mundo, poniendo la caída de Jerusalén como garantía de que ocurrirá lo segundo.

Lc 21, 12-19

Pero antes de todo eso, os echarán mano y os perseguirán, os arrastrarán a las sinagogas y a las cárceles, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre. Esto os servirá para dar testimonio. Haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría a los que no podrá resistir ni contradecir ninguno de vuestros adversarios. Seréis entregados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos; y a algunos de vosotros os matarán. Todos os odiarán por mi causa. Pero ni un cabello de vuestra cabeza se perderá.

Lc 21, 5-11

Al oír a algunos que hablaban sobre la belleza de las piedras y exvotos que adornaban el templo, dijo:

-Vendrá un día en que todo eso que veis quedará totalmente destruido; no quedará piedra sobre piedra.

Entonces le preguntaron:

-Maestro, ¿cuándo será eso? ¿Cuál será la señal de que esas cosas están a punto de suceder?

El contestó:

Lc 21, 1-4

Estaba Jesús en el templo y veía cómo los ricos iban echando dinero en el cofre de las ofrendas. Vio también a una viuda pobre que echaba dos monedas de poco valor. Y dijo:

-Os aseguro que esa viuda pobre ha echado más que todos los demás; porque ésos han echado de lo que les sobra, mientras que ésta ha echado, de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir.

Jn 18, 33b-37

Pilato volvió a entrar en su palacio, llamó a Jesús y le interrogó:

–¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús le contestó:

–¿Dices eso por ti mismo o te la han dicho otros de mí?

Pilato replicó:

–¿Acaso soy yo judío? Son los de tu propia nación y los jefes de los sacerdotes los que te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?

Jesús le explicó:

Lc 20, 27-40

Se acercaron entonces unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

-Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si el hermano de uno muere dejando mujer sin hijos, su hermano debe casarse con la mujer para dar descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con la viuda, y así hasta los siete. Todos murieron sin dejar hijos. Por fin murió también la mujer. Así, pues, en la resurrección, ¿de quién de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella.

Lc 19, 45-48

Jesús entró en el templo, e inmediatamente se puso a expulsar a los vendedores, diciéndoles:

-Está escrito: Mi casa ha de ser casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.

Jesús enseñaba todos los días en el templo. Los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los principales del pueblo trataban de acabar con él. Pero no encontraban el modo de hacerlo, porque el pueblo entero estaba escuchándolo, pendiente de su palabra.