Loading...
Alt

 

Las elecciones europeas recientemente celebradas abren unos cuantos interrogantes que van más allá de quién gana o pierde.

Los líderes pasan y dejan en evidencia muchas de las falencias y de las contradicciones que acompañan no sólo a los partidos, sino también a los ciudadanos. Pienso yo que el estado de ánimo de los europeos de hoy es muy semejante al de hace cien años, cuando se pusieron en marcha los estados totalitarios más terribles de la humanidad y se incubaron las guerras más espantosas. Las circunstancias no son muy diferentes, a pesar de que hoy el consumo europeo maquille la realidad haciéndola al menos, aparentemente, más amable.

Me refiero a las desigualdades sociales, la corrupción, la ineficacia de los políticos, la debilidad de las democracias, las migraciones, la demagogia de los populismos de izquierdas y de derechas, los nacionalismos exacerbados, la entronización todopoderosa de la tecnología y, sobre todo, el abandono del humanismo y de las raíces cristianas de Europa.

Da la sensación, especialmente entre los más jóvenes, de que ya no hay casi nadie en quien confiar, de lo cual tampoco la Iglesia se libra envuelta como está en los nubarrones de la pedofilia.

Siento que Europa ha fracasado en varios temas fundamentales. Pongo por caso: en su papel decisivo de ser líder en la educación y concienciación de sus ciudadanos. Y algo más: en la capacidad de generar espacios de diálogo entre culturas tan cercanas y tan diferentes.

Si catalanes y no catalanes tienen tantas dificultades para convivir y para entenderse, ¿sabremos integrar a quienes están llamando a nuestras puertas? Lo triste es que, una vez que se rompe el diálogo, se impone el monólogo de las ideologías totalitarias, siempre al acecho. Viendo el avance de los partidos ultraconservadores, con sus discursos nacionalistas y excluyentes, queda en evidencia el cansancio de las democracias y llama la atención el antieuropeismo de los propios europeos.

Con frecuencia pienso que el diálogo, fundamental para la política, se va convirtiendo en una reliquia. Y es algo que parece mentira, inmersos como estamos en una cultura tecnológica. Me resulta especialmente molesta esta incapacidad para acoger, acompañar e integrar a los diferentes. Si el diálogo se pierde como actitud y como virtud, posiblemente se pierda también la humanidad.

Hannah Arendt, la filósofa judía, crítica de la barbarie nazi, señaló en Los orígenes del totalitarismo como mucha gente, en aquellos años terribles, eligió la destrucción, el caos y la ruina como si se tratase de un valor. Frente a semejante desatino es evidente que el diálogo es la mayor manifestación de la paz y de la concordia.

Europa necesita abrir puertas y ventanas y, en vez de encerrarse en la intransigencia, debería de crear espacios de entendimiento. Lo necesita Europa y nosotros también. Sólo el diálogo evitará el caos.
 

 

Autor: Julio Parrilla, obispo de Riobamba y miembro de Adsis.
Fuente original: Diario El Comercio