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Javier Muñoz Bermejo / El Alto (Bolivia)

Cuando el teléfono suena por la noche a 9.000 km de Madrid pensé que no iba a ser para una buena noticia. Era domingo por la noche, madrugada en España. Mi primo me llama desde el hospital Ramón y Cajal. Mi padre había fallecido por neumonía covid-19. Mi primo definía el escenario como un caos de familiares caminando de un lado a otro por los pasillos de Urgencias. Justo 10 días antes los vuelos internacionales habían sido suspendidos desde la sede de gobierno y yo no pude salir del país. Tuve el presentimiento de que algo malo podría pasar con mi padre y que ya no alcanzaría a acompañarle. En nuestra última conversación por teléfono le noté cansado del encierro en la casa, ya eran muchos días sin contacto con sus amigos y vecinos. A la edad de 84 años uno no puede aprender nuevas tecnologías cuando nunca le interesaron demasiado aquellos artilugios como la tablet o el móvil última generación.

Cuando la mañana siguiente llegué al centro de salud pensé en los compañeros y compañeras que cuidarían de mi padre, celadores, medicos, enfermeras, personal de limpieza y sentí un profundo y enorme agradecimiento en la distancia por cada uno y cada una, aun sin conocerlos.

A los siete días de su ingreso sedado por un delirium que lo protegía de la soledad pasó al encuentro de los que ya partieron. Su cuñado, una semana antes por el mismo virus, y algunos vecinos y compañeros del hogar del jubilado donde pasó tantas horas de ocio.

Cuando nos llegan los nuevos casos de pacientes por covid-19 no niego que pienso en mi padre y en mi tío. Miro a sus familiares y procuro estar a la altura de los cuidadores y cuidadoras a 9.000 km de distancia, es mi pequeño homenaje a la memoria de los míos, de mi padre y mi tío. In memoriam.

 

Carta seleccionada por EL País