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Es la sensación que se tiene cuando uno posa sus ojos en él. De las muchas tareas pendientes, herencias malsanas, unas recientes y otras de la época de nuestros tatarabuelos, brilla con luz propia el tema de la frágil institucionalidad. Como que al país le falta columna vertebral, en detrimento de una auténtica división de poderes.

Hoy (como ayer), por obra y arte de los dichosos intereses económicos los políticos se han vuelto mutantes y las instituciones públicas dependientes unas de otras y especialmente invasivas. Me refiero, sobre todo, a la función judicial, tan necesitada de independencia, de despolitización, de ética y de agilidad.

Y, aunque ya es un tema manido, habría que chequear la corrupción. De la misma manera que hubo humanos mucho antes de que hubiera historia, pienso yo, que pertenezco a la tercera revolución, a la científica, que esto de la corrupción viene de muy atrás. Tiempo hubo para clasificar a los organismos en especies. Y dice Yuval, Noah Harari (qué maravilla de libro, dense un tiempito para leer “De animales a dioses”) que los animales pertenecen a la misma especie si tienden a aparearse entre sí, dando origen a descendientes fértiles. En el tema de la corrupción queda claro de qué especie estamos hablando y cuál es su maravilloso instinto, si no para aparearse, sí al menos para asociarse.

Resulta molesto pensar que para robar hay que ser político. No es verdad. Lamentablemente la corrupción parece estar inoculada en la leche materna. Desde pequeños crecemos con esa tendencia reforzada por el aplauso de amigos y parientes que nos alaban cuando comenzamos a manifestar síntomas de pillería. Corrupto eres cuando engañas, defraudas, mientes, te cuelas en la fila y metes la mano donde no debes con tal de que no te vean. Siempre les cuento maravillas de mi tía Tálida, pero también tenía sus defectos. Era una lamparosilla, a la que le encantaba aparentar la edad y la belleza que no tenía, presumía de ser más rica de lo que era y mantenía en público una pose bien devota. Pero a las empleadas les daba pan duro, pues decía que, de lo contrario, comían demasiado. También eso era corrupción. Así que algunos años de purgatorio le habrán caído.

Y puestos a revisar habría que meter mano al tema de la economía. Gracias a Dios, los curas siguen teniendo trabajo, pero son muchos los amigos que están en paro, hartos de presentar carpetas y de pasear la cesantía. Inversión productiva, creación de empleo, salarios mucho más equitativos, seguridad social de calidad, investigación y ayudas a los emprendedores.

Suena bien, pero vamos a paso de tortuga y, de seguir así, no sabemos con qué mesa puesta se va a encontrar el siguiente.

No es suficiente con que luzca bien la chapa y la pintura (perdonen que vuelva a acordarme de la tía Tálida). Este carro necesita algo más. Pues ánimo. Que hay gente esperando.
 

 

Autor: Julio Parrilla, obispo de Riobamba y miembro de Adsis.
Fuente original: Diario El Comercio