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¡Bienaventurados los alejados!

Una de las bondades de este Sínodo de Jóvenes consiste en que la Iglesia quiere reiterar su deseo de encontrar, acompañar y cuidar de todos los jóvenes, sin excepción. Me parece sugerente esta formulación: todos los jóvenes, sin excepción. 
 
El Evangelio es para todos, también para aquellos jóvenes que experimentan el silencio y el ocultamiento de Dios. Jesús busca continuamente a los alejados, tiene un interés preferencial por la gente al margen de la comunidad de fe, por aquellos que se quedan en la antesala de la Iglesia, si es que encuentran siquiera el camino a sus cercanías. Interés por la gente en la zona grisentre la seguridad religiosa y el ateísmo, por quienes dudan y buscan. La mayoría de los jóvenes forman parte de esta zona gris, a quienes no hemos de convertirlos ni hacer seguros de los inseguros. Es preciso seguir siendo buscadores y permanecer abiertos, porque el Reino de Dios solo puede venir a quienes lo están. Podemos aprender mucho de los jóvenes buscadores, que nos enseñen cómo se ve a Dios desde la perspectiva de los que buscan, los que dudan, los que se interrogan... Posiblemente despertemos nuestra fe de la adormecida serenidad de las falsas seguridades, llevándonos a confiar más en la fuerza de la Gracia, que se manifiesta en mayor medida precisamente en nuestras debilidades (2Co 12,7-10). 
 
Sería interesante leer la Biblia y experimentar la fe desde la perspectiva de los jóvenes en búsqueda religiosa o, en su caso, de aquellos que viven “desde el otro lado” la ausencia de Dios y su trascendencia. Para ello necesitamos despojarnos de muchas de nuestras seguridades y así entrar en ese mundo joven de la inseguridad religiosa, escuchar sus aspiraciones para entrever el mundo del mañana que se aproxima y las vías que estamos llamada a recorrer. 
 
Solidarizarnos con los que buscan implica tomar parte de sus búsquedas e interrogantes y podría llevarnos a una fe más madura y adulta. Un místico que dio un paso hacia “los otros” fue Thomas Merton, cuyas últimas palabras fueron: “Lo que se quiere hoy de nosotros no es tanto que hablemos de Cristo como que lo dejemos vivir en nosotros, para que la gente, al sentir que vive en nosotros, pueda encontrarlo”[1]

 


[1]T. HALÍK, Paciencia con Dios. Cerca de los lejanos, Herder, Barcelona 2014. 

 

 

Caminemos al lado de los jóvenes, sin pretensión de colocarnos en cabeza, acompasándonos en su andadura, incluso a la velocidad de quien debe todavía interrogar a la fe, ofreciendo de vez en cuando nuestras respuestas y nuestra experiencia de creyentes. Para “ir al mundo entero y enseñar a los pueblos” (Mt 28,19), si queremos llegar a todos los jóvenes sin excepción, hemos de entrar en diálogo con ellos, regalarles nuestra amistad y buscar la colaboración con todos. De otro modo, es difícil imaginar cómo la Iglesia puede llevar sus tesoros y la Buena nueva al mundo de los jóvenes, si no es que se establecen ni se cultivan esas relaciones humanas recíprocas y significativas. Una persona cristiana se caracteriza justamente por el hecho de que entra valientemente en contacto con gente de otras ideas y creencias, con gente que pregunta y que busca. En esa apertura a los extraños –en su tiempo eran los paganos y los soldados romanos- nuestro maestro es Jesús de Nazaret. Esta línea era para Jesús un programa que después el apóstol Pablo llevó al mundo con audacia y compromiso. Al coraje que tuvieron los apóstoles en aquel entonces debemos el florecimiento y la difusión de la Iglesia. Ese mismo coraje necesitamos hoy: no retroceder ante las dificultades , sino avanzar y permanecer en diálogo con todos los jóvenes[2]
 
Álvaro Chordi Miranda

 


[2]C.M. MARTINI-G. SPORSCHILL, Coloquios nocturnos en Jerusalén, San Pablo, Madrid 2008.