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Luis Aranguren: amistad, cercanía y aprecio mutuo

 

Con José Luis Pérez tuve una magnífica relación después de muchos años de haber pasado por el Movimiento. Yo pertenecí a la comunidad del Pozo, en Vallecas, y distintas circunstancias hicieron que nos volviéramos a reencontrar años más tarde. 

Desde entonces, descubrí en José Luis un espacio de acogida y escucha enormemente fecundo. Él ayudo a sanar heridas mal curadas y que en buena parte tenían su raíz en mis años de vida comunitaria en un ecosistema más enfermizo que fraterno. Él me ayudó a poner nombre a las ingenuidades, y a la vez a las fortalezas, de aquellos jóvenes que nos embarcamos con tanta ilusión pero que estábamos muy desnortados. En él siempre encontré palabras escritas (en la “Historia del Movimiento”) o bien pronunciadas ante mí, donde defendió a capa y espada a los hermanos de aquella comunidad. Por otra parte, nunca me habló con agresividad ni ira; me acercó con sabiduría a la posibilidad de saber perdonar y comprender las equivocaciones que terminan por hacer daño. 

Y siempre le agradeceré esa especie de simbólica imposición de manos Adsis que una vez me hizo, porque jamás me insinuó que fuera, ni siquiera, miembro de los asociados, por ejemplo. Él me solía decir: “tú eres Adsis, y además lo sabes”. Y yo asentía, porque en el fondo tenía razón.  A través de él establecí una relación con el Movimiento y la Fundación Adsis marcada por la libertad, la fraternidad y el mutuo agradecimiento. Esa actitud suya ante mí siempre me hizo pensar que identificación e identidad no son la misma cosa, y que a veces en las organizaciones e instituciones de Iglesia nos batimos el cobre por la defensa de la identidad, y quizá no valoramos lo suficiente los procesos de identificación, a distintos niveles y en diferentes circunstancias.

Yo era un afuera del Movimiento al que siempre José Luis acogió con cariño  y singularidad.  La huella que deja José Luis en mi vida es honda, porque palabras como perdón o gracias solo se atesoran y valoran cuando emergen de una fuente interior, a la que José Luis acudía una y otra vez y desde la cual yo pude crecer y ensancharme por dentro. Junto a él tuve la enorme dicha de vivir la Presencia como encuentro, de modo que mi propia fe ha quedado tocada por ese dinamismo, que es urgencia cristiana, saca de nosotros lo mejor y nos impulsa a esas otras afueras que solicitan encuentros rehabilitadores.