El consuelo de sus palabras
Cuando era joven, leía “La peste” de Albert Camus en la buhardilla de mi casa, a la luz de un ventanuco por el que entraba el sol y la libertad. Siempre medio escondido, porque Camus era un maldito y yo un adolescente inquieto, convencido de que la transgresión pasaba por los libros. Y ahora, en el ocaso de mi vida, aunque la ventana se ha ensanchado, pienso nuevamente en Camus y en su vigencia, sobre todo en estos tiempos de emergencia sanitaria y de crispación sociopolítica.