En estas semanas hemos vivido todos y todas la experiencia y el drama del terremoto. Somos testigos de las consecuencias tan hirientes para muchas familias, que perdieron la casa y algunos la vida de un ser querido. Este movimiento, que ha zarandeado nuestros cimientos, ha puesto en evidencia las injusticias y desigualdades existentes en el país, así como también ha suscitado las mejores expresiones y gestos de solidaridad en la gente.
Con motivo de que la comunidad Adsis de Roma cumple 10 años, hemos pedido a los hermanos que pongan palabra a su historia de presencia compartida entre los jóvenes y pobres en Italia.
Estos días se cumplen dos años desde mi accidente cerebrovascular y creo que es ocasión de valorar cómo está siendo mi vida en este tiempo.
En la Pascua 2009, la comunidad de Uruguay le pidió a Juan Escalera un testimonio de vida que expresara su vivencia interior en relación a su traslado a Perú, después de casi 17 años en Paso Carrasco. Allí ha sido hermano de comunidad y ha servido como delegado de la comunión de Uruguay, párroco de San José Obrero y Vicario Pastoral de la diócesis de Canelones.
El pasado domingo 22 de marzo del corriente año del Señor, de 2009, nos juntamos la Comunión Argentina con el firme propósito de festejar el día del carisma. No se nos ocurría mejor manera de hacerlo que recordando el ser y estar presentes en este país desde 1995.
Hace un mes que llegué a estas tierras, y no he dejado de sorprenderme. La realidad me está afrontando a mí, antes de que pueda analizar como implicarme y comprometerme (Credo Adsis nº 2). Todos los sentidos se me conmueven al ver una ciudad, un barrio y unos sectores, donde se activa la memoria de mi infancia y me remonta a hace cuarenta años. Las casas, las calles, todas las cosas parecen rotas o a medio hacer. En un contexto natural hermoso por la vegetación, el mar, el grandioso río y su precioso manglar, el inmenso pacífico salpicado de petroleros, el cielo azul o nuboso; contrastan la creación de Dios y la construcción humana.
La foto es triste, denota esa oscuridad de la que siempre pareciera que estamos tan cargados. Anoche en casa celebramos la eucaristía con el signo de la luz, con el signo de un pesebre vacío que Dios viene a llenar…
Estábamos reunidos en asamblea discutiendo sobre qué es esencial en la vocación, sobre cómo ser fermento en un mundo cambiante como el que nos había tocado vivir, cómo ser Adsis. Tras un buen rato en el que participaron muchos hermanos, había bastante sintonía en los valores que nos unían, sin embargo las necesidades y experiencias de unos y de otros eran distintas y eso llevaba a respuestas distintas en las formas, en los modos y en las praxis, lo cual, en la práctica, iba configurando diversas tradiciones en la vivencia de la Comunión y la Misión.
Mi llamada vocacional al ministerio presbiteral surgió en los años que estudiaba en la facultad de Derecho de Salamanca. Vivía mi fe en el seno de las comunidades Adsis y en aquella Iglesia local comprometido como catequista en una parroquia en un pueblo grande y en la pastoral juvenil y universitaria diocesana.
Los asociados Adsis en Argentina caminamos por los espacios parroquiales impulsados por el don del Espíritu, que ante todo nos colmó de alegría y plenitud, llamándonos a la locura de ver más allá, de amar sin límites, de potenciar nuestros proyectos de vida adulta, descubrir que Dios está en las relaciones fraternas, dando vida a la utopía "que un nuevo mundo es posible".
