Loading...
Alt
 
A un año de su muerte

UNO DE LOS ESCRITOS DE JOSÉ LUIS EN SUS ÚLTIMOS AÑOS 

Cuando cada año llega la Pascua, no puedo dejar de evocar la primera Pascua de jóvenes celebrada en 1974 en Zuazo de Cuartango (Álava), muy cerca de Eskolunbe, la cuna de Adsis. Fue un encuentro multitudinario, integrado por los grupos de jóvenes vinculados a Adsis. Junto al río Cadagua flamearon las antorchas en la vigilia pascual como luz del Resucitado.

Desde entonces hemos buscado en estos encuentros pascuales el rostro del Señor para vincularnos con tantos jóvenes, en el empeño de dar la cara a Cristo para seguirle en una común vocación.

En nuestro permanente compromiso por la Pastoral con jóvenes, el objetivo personal y comunitario se cifra en vivir de cara al Señor Jesús. ¿Quién nos hará gozar de tu dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros? Buscaremos su rostro para volver a él conociéndole, amándole y manifestándole.

La celebración joven de la Pascua continúa su compromiso en las pequeñas capillas de nuestras casas, donde el Crucificado es el centro de las miradas, de las palabras y de los besos.

Así vivimos los tres reclamos del encuentro cara a cara con el Señor: la contemplación, la comunicación y la compasión. Son las tareas ineludibles en toda actividad pastoral con los jóvenes y con los pobres.

+ La contemplación: “No fijéis los ojos en nadie más que en Él”.

Deseamos que el Señor abra nuestros ojos ungidos con su saliva y el barro de la tierra. Deseamos mirarle intensamente, asomando por ellos nuestro corazón, como el buen ladrón en la cruz, como Bartimeo en el camino.

Mirar es la primera oración. La mirada templa el corazón y lo aviva ante la expectativa y el asomo del encuentro. La soledad y el silencio centran la mirada. La mirada amorosa es seno fecundo para la palabra.

+ La comunicación: “Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, esperando tus palabras”.

Escuchamos las siete palabras de Jesús en la cruz. Palabras de esperanza, de solidaridad y de vida nueva. Recibimos el perdón, la Madre, la solidaridad con los sedientos y abandonados, la fidelidad como tarea permanente y la entrega de la vida al Padre.

Nuestra boca se abre al “Amén” del Padrenuestro y nuestros labios se sellan en un silencio fecundo. Queremos recibir el alimento de su Palabra, para vivir en la luz y en la vida. Una Palabra que es carne en el Pan compartido.

+ La compasión: “Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma”.

El amor sella con el beso la adhesión más profunda. El beso es el complemento más intenso de la mirada y de la palabra.

Queremos besar los pies del Crucificado como la mujer arrepentida que, después de regarlos con sus lágrimas y secarlos con sus cabellos, besaba los pies del Señor ungidos con el perfume. Queremos que nuestro beso sea signo de la entrega de nuestro corazón a su corazón abierto, fuente de agua y sangre.

Queremos besar sin traición, sin apariencias engañosas, sin exigencias inconfesables. Queremos que nuestro beso sea signo de un encuentro permanente más que un adiós de despedida. 

Queremos besar en el Crucificado las llagas de los marginados y desesperados. El beso es adoración del corazón y de las rodillas, sin pretender tocar con las manos la intimidad de Dios.

¡Ójala el beso nos lleve al abrazo del encuentro definitivo! Entonces la compasión será eterna.

La mirada, la palabra, el beso son vivencias que configuran las relaciones de nuestro corazón con el Cristo muerto y resucitado de nuestra Pascua joven. Son las tareas del amor nuevo renovado en la oración. La oración no es otra cosa que vivir amorosamente de cara al Señor.