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Después de algún tiempo, Jesús andaba por Galilea. Evitaba estar en Judea, porque los judíos buscaban la ocasión para matarlo. Cuando ya estaba cerca la fiesta judía de las tiendas.
Más tarde, cuando sus hermanos se habían marchado ya a la fiesta, fue también Jesús, pero de incógnito, no públicamente.
Ante esto, algunos de los que vivían en Jerusalén se preguntaban:
-¿No es éste el hombre al que quieren matar? Resulta que está hablando en público y nadie le dice ni una palabra. ¿Es que habrán reconocido nuestros jefes que es en realidad el Mesías? Pero, por otra parte, cuando aparezca el Mesías, nadie sabrá de dónde viene; y éste sabemos de dónde es.
Al oír estos comentarios, Jesús, que estaba enseñando en el templo, levantó la voz y afirmó:
-¿De manera que me conocéis y sabéis de dónde soy? Sin embargo, yo no he venido por mi propia cuenta, sino que he sido enviado por aquel que es veraz, a quien vosotros no conocéis. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él quien me ha enviado.
Intentaron entonces detenerlo, pero nadie se atrevió a ponerle la mano encima, porque todavía no había llegado su hora.

Fecha: 
Viernes, Marzo 31, 2017
Cita de la oración: 
Viernes - 04 Cuaresma
Comentario: 

Jesús afronta con valentía el peligro y, a pesar de que le buscan para matarlo, predica abiertamente en el templo dando testimonio del Padre.

Algunos se extrañaban de que Jesús hablara tan abiertamente en Jerusalén.

Ciertamente el testimonio de muchos creyentes flaquea en la sociedad secularizada y plural. Nosotros mismos medimos con gran suspicacia la oportunidad de manifestarnos seguidores de Jesús. Tantas veces la solidaridad se reviste de motivos meramente humanos y evitamos manifestar abiertamente la causa de Jesús como impulso de nuestra presencia.

Necesitamos manifestarnos como “enviados por el que es veraz”. No actuamos por nuestra cuenta, sino que hemos recibido mandato amoroso y liberador del Señor. El nos insta a “estar presentes” en medio de los jóvenes y de los pobres. De Él procedemos y por Él somos enviados.

No tengamos miedo al ridículo o a la incomprensión. Nuestra hora y nuestra eficacia están en las manos de Dios.