Nadie puede aceptarme, si el Padre, que me envió, no se lo concede; y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Y serán todos instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza, me acepta a mí. Esto no significa que alguien haya visto al Padre. Solamente aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. Este es el pan del cielo, y ha bajado para que quien lo coma no muera.
Jesús añadió:
–Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.
Las palabras de Jesús, en este sexto capítulo de Juan, se adentran en una progresiva comunicación y oferta. Hoy Jesús nos desvela y nos promete el don de su pan nuevo: «El pan que yo os daré es mi carne para vida del mundo».
Su carne es pan y pan comido para vencer no sólo el hambre sino la muerte. Admiramos que el Señor no sólo se hace siervo sino pan de los humildes; no sólo organiza la mesa sino que Él mismo se da a comer a los convocados. Si Él no tiene otro pan que la voluntad del Padre, nosotros no tenemos otro pan que su carne entregada «para vida del mundo».
¿Cómo nos podremos acostumbrar a la Eucaristía? ¿Cómo podrá hacérsenos insignificante este pan si en Él nos va la vida? ¿Cómo disimular u ocultar a los jóvenes y a los pobres nuestra pertenencia y amor a Jesús si Él se ofrece a ellos como «pan de vida»?
«¡Oh sagrado banquete en que Cristo se nos da. En Él renovamos la memoria de su pasión . En Él la mente se llena de gracia. En Él se nos da garantía y anticipo de la futura gloria!»
