Ante la pregunta del letrado «¿Y quién es mi prójimo?», Jesús responde con una parábola y una invitación: «Haz tu lo mismo». Jesús en este relato, como en tantos, no da una respuesta sino que provoca la respuesta desde el interior de nosotros mismos.
La parábola del samaritano, es una parábola que hace histórico el amor a Dios y al prójimo. El Dios de la vida desea la vida de sus hijos. Y por eso, «amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el ser. Y al prójimo como a ti mismo», es vivir la vida a la manera de Dios, es tener su misma sensibilidad y acercarte al hermano caído.
Ninguna situación, ya sea por motivos religiosos, morales, culturales, familiares o profesionales debe impedirnos la cercanía al que está al borde del camino. Es esta proximidad al pobre concreto lo que hace sensible y solidario al samaritano. Esa es la verdadera Presencia. Lo contrario es estar ausente, dar un rodeo o pasar de largo.
Hay muchos, miles de motivos para dar un rodeo y pasar de largo ante la necesidad del hermano. Solo uno para acercarnos y estar presente: mirar al hermano necesitado como Dios lo ve, con misericordia. Y sólo desde la presencia cercana y misericordiosa, ayudaremos en lo que podamos y en lo que no lo sufriremos juntos.
Esta fue la actitud del samaritano, que salvando barreras culturales y de enemistad, pone todo de su parte para aliviar la situación del maltratado sin hacerse más preguntas.
Y después de hablarnos de Dios a través del samaritano, Jesús nos reta e invita a hacer nosotros lo mismo.