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Luego mandó a sus discípulos que subieran a la barca y que fueran delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche estaba allí solo.
La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario. Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron y decían:
-Es un fantasma.
Y se pusieron a gritar de miedo. Pero Jesús les dijo en seguida:
-¡Animo! Soy yo, no temáis.
Pedro le respondió:
-Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.
Jesús le dijo:
-Ven.
Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús. Pero al ver la violencia del viento se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó:
-¡Señor, sálvame!
Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo:
-¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?
Subieron a la barca, y el viento se calmó. Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo:
-Verdaderamente eres Hijo de Dios.
Terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret.
Al reconocerlo los hombres del lugar, propagaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron todos los enfermos. Le suplicaban que les dejara tocar siquiera la orla de su manto; y todos los que la tocaban quedaban sanos.

Fecha: 
Tuesday, August 8, 2017
Cita de la oración: 
Martes - 18 Tiempo ordinario
Comentario: 

Ante la presencia de Jesús y guiados por la Palabra, cada uno de nosotros, nos hemos tirado al agua como Pedro. Pero en el transcurrir de la vivencia comunitaria y ante la experiencia de cansancio en la entrega de la vida y la dificultad del viento en contra, es cuando flaquea nuestra fe, la confianza, y nos invaden los temores. Es cuando como Pedro, hemos de gritar con fuerza: «Señor sálvame...». Los distintos momentos de crisis son un llamado a acrecentar la fe a vivir especialmente de fe, cuando no únicamente de fe. Es un tiempo de gracia para reconocernos verdaderamente en lo que somos. Y que quien nos salva y libera es Jesús, que aunque no siempre lo experimentemos con claridad, está siempre cerca de nosotros para agarrarnos de su mano y vincularnos a los hermanos donde amaina el viento.

Para poder seguir viviendo con novedad y fecundidad la fe necesitamos atravesar las crisis vinculándonos más al Señor y a los hermanos para que él siga realizando los signos de salvación que tantos jóvenes y pobres necesitan, aunque al menos no sea más que tocando la orla de su manto.