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Y añadió:

-Imaginaos que uno de vosotros tiene un amigo y acude a él a media noche, diciendo: «Amigo, préstame tres panes, porque ha venido a mi casa un amigo que pasaba de camino y no tengo nada que ofrecerle». Imaginaos también que el otro responde desde dentro: «No molestes; la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos ya acostados; no puedo levantarme a dártelos». Os digo que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos para que no siga molestando se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo: Pedid, y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad, y os abrirán. Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama le abren. ¿Qué padre, entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le va a dar en vez del pescado una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le va a dar un escorpión? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

Es fundamental que los jóvenes descubran que no es lo mismo “rito” que “celebración”. Esta diferencia es fundamental. El rito es la forma externa en que significamos la celebración. Así, en un brindis, alzar las copas y juntarlas antes de beber es un gesto ritual. Lo que en realidad celebramos en este rito es el encuentro y la amistad que Jesús renueva entre nosotros con Él

Comentario: 

“Pedid y se os dará, buscad y hallaréis”. Hoy recibimos esta llamada a orar, a confiar en el poder liberador y transformador de la oración. El encuentro con el Padre y con su Palabra ha sido y es luz para nuestra vida. Pidamos a Jesús que acreciente nuestra fe y que deseemos el Reino. Dejémonos tocar por la Buena Noticia que da brillo a nuestra vida ordinaria y da sentido al servicio. Dios padre y madre no defrauda y nos llama siempre. Es escuela de amor como la familia. Es relación profunda en la que se recrea la experiencia de hijos y hermanos. Es el ámbito privilegiado para pedir el don de la fe. Pedir una y otra vez. Sin desfallecer. Con la confianza de que ya hemos recibido todo aquello que necesitamos, Jesús, su Palabra, su promesa y su Espíritu.

Un Espíritu que acogemos, pero hasta un cierto punto. Nos resulta a veces difícil abandonarnos a Él con total confianza. Ponemos resistencia a que nos lleve por caminos nuevos y nos acomodamos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta. Pero Jesús sigue llamando a la puerta de nuestro corazón, de nuestra vida y de nuestra historia. Aunque estemos dormidos. Nos despierta, nos llama, invita. Es quien pide algo nuestro para darle al otro y poder compartir en comunidad.

Me sale en este momento un trocito de la oración de Francisco de Asís que hemos cantado tantas veces: “Porque dando yo recibiré, olvidándome te encontraré, comprendiendo hombre te seguiré. ¡Oh mi Señor! Enséñame a creer”