Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, que quería conocer a Jesús. Pero, como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío. Así que echó a correr hacia adelante y se subió a una higuera para verlo, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo:
-Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
El bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban y decían:
-Se ha alojado en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie ante el Señor y le dijo:
-Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres y, si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más.
Jesús le dijo;
-Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
La vivencia de la solidaridad con los desheredados ha de informar su relación personal y comunitaria con Dios. El culto a Dios pasa por el servicio a los necesitados. El mejor altar es la historia concreta de los hombres y mujeres que sufren y claman liberación.
Después de escuchar la canción, vuelvo a leer la lectura y me meto en el personaje de Zaqueo:
Estafador, usurero,
de raquítica estatura,
más que por fuera por dentro;
así era y así son
los soberbios con dinero.
Curioso él y atrevido,
se ha encaramado el primero
a un sicomoro sin higos,
y, escondido entre el ramaje,
quiere observar sin ser visto;
quiere ver bien al Maestro
cuando llegue de camino.
Zaqueo le quiere ver,
pero no quiere ser visto.
Parece querer jugar
con Jesús al escondite,
ignorando que es Jesús
el que le busca y persigue.
“¡Baja, por favor, Zaqueo!
-le dice al pasar Jesús-
porque, hoy, hospedarme quiero
en tu casa y con los tuyos,
¡vamos a hablar de dineros!”
¿Qué le diría a Zaqueo
aquella tarde Jesús
que, alegre, feliz, contento,
reconoció sus usuras
y devolvió los dineros?
En Jericó, en otro tiempo,
se quebraron las murallas
al son de trompas y cuernos,
mas, hoy, se han venido abajo,
-sin estrépito, sin truenos,-
las mil torres que cercaban
el corazón de Zaqueo.
Sin estrépito en el cerco,
sin las trompetas de plata
y sin los gritos del pueblo,
hoy cayeron las murallas
del corazón de Zaqueo.
¡Tus murallas han caído,
porque te miró el Maestro!
Ya no hay de qué avergonzarte,
ya eres de verdad pequeño,
ya te hiciste como un niño,
¡como los grandes del Reino!