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Al oír a algunos que hablaban sobre la belleza de las piedras y exvotos que adornaban el templo, dijo:

-Vendrá un día en que todo eso que veis quedará totalmente destruido; no quedará piedra sobre piedra.

Entonces le preguntaron:

-Maestro, ¿cuándo será eso? ¿Cuál será la señal de que esas cosas están a punto de suceder?

El contestó:

-Estad atentos, para que no os engañen. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy, ha llegado la hora». No vayáis detrás de ellos. Y cuando oigáis hablar de guerras y de revueltas, no os asustéis, porque es preciso que eso suceda antes, pero el fin no vendrá inmediatamente.

Les dijo además:

-Se levantará nación contra nación y reino contra reino.

Habrá grandes terremotos y, en diversos lugares, hambres, pestes, apariciones terroríficas y grandes portentos en el cielo.

La comunidad ha de procurar adquirir “visibilidad” entre los jóvenes de su propio ambiente. Esta visibilidad exige diáspora y fermento. Además, la comunidad ha de trabajar para que esta visibilidad lograda crezca en significatividad específica. Y ello comporta discernimientos, opciones y renuncias. La poda adecuada es exigencia fecunda

Comentario: 

La belleza de las cosas nos cautiva y atrapa, pero es importante ver más allá. Lo que hay detrás de lo que no se ve a simple vista, lo que está oculto... Esto me recuerda la frase: “ Lo esencial es invisible a los ojos”, porque ver más allá significa descubrir el mensaje sagrado que se esconde detrás de la eucaristía, de las personas que me acompañan... porque ¿qué pasaría si un día no quedase nada, como dice la lectura? Si sólo soy capaz de apreciar lo que reluce, brilla y es bonito... ¿en qué se cimienta mi fe? Muchas veces seremos tentados con engaños o medias verdades adornadas de halagos y palabras bonitas. No podemos vivir una fe que sólo ama lo bonito, lo que me gusta o me parece bien. Una fe que, a veces, no se tambalea o se cae como el templo. No tengamos miedos a los fracasos, conflictos, pues serán puente hacia nuevas oportunidades. No desconfiemos cuando nuestros cimientos se tambaleen de vez en cuando, pues saldrán fortalecidos. Pues, aunque nos caigamos una y mil veces, Dios siempre nos levanta. Él es nuestra fortaleza y nos infunde la confianza para seguir y permanecer.