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Pasada la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán.

Entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria. Él enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo.

Fijaos en lo que sucede con la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, conocéis que se acerca el verano. Pues lo mismo vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas.

Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre.

Comentario: 

El sol marca la duración del año, la luna la duración de los meses y de repente desaparecen: el tiempo se viene abajo. El cielo está arriba, lejos, muy lejos, insondable casi, también hoy a pesar en los telescopios. La tierra está tan cerca, la pisamos, la andamos, la recorremos. El espacio se estrecha, las estrellas caen, el espacio se viene abajo.  Sin espacio ni tiempo… Abiertos a lo nuevo que llega, esperando una nueva vida que surge.  Nos da miedo lo desconocido, lo que no dominamos, lo nuevo.

Pero esto nuevo viene de la mano de Dios Padre y de Jesús. Y viene envuelto en el misterio de los signos. Hemos de aprender a mirar lo que Dios está iniciando, completando; no quedarnos con lo que desaparece, con lo que se va…, quedarnos con lo nuevo, con lo que Dios acerca…

Hay palabras efímeras, se las lleva el viento, el tiempo las lleva al olvido.  Hay palabras perennes, las que llegan al corazón, las que son capaces de crear, de hacer surgir lo que no estaba. Palabras que curan, sanan, alegran, ponen esperanzas. Palabras combativas, arrolladoras, que ponen al descubierto la verdad. Esas palabras no pasan, se quedan, permanecen.  Pertenecen a la vida, no a la muerte. Esas son las de Jesús.

Este futuro pertenece a Dios, un presente que se inaugura con Jesús. Su salvación ya llega.